Nuestro cartel de los sapos

Jorge L. Durán F.

Al igual que en 2019 veíamos lejano que el poder destructivo del Covid-19 llegara al Ecuador, lo mismo se pensaba hacía más de una década, cuando nadie imaginó que ciertos entretelones de la serie televisiva El cartel de los sapos, basada en un libro, se reflejaran en el país.

Tras el operativo Metástasis da para pensar que hay material suficiente para para que se escriba algo similar y, de inmediato, que otro se encargue de los guiones para llevarlo a la pantalla.

Parte del repertorio era una canción melodramática, una de cuyas estrofas decía: “Mama siempre me decía ratón y queso amigos son. No te confíes de nadie que el más amigo te da traición”.

Lo del narcotráfico no es nada nuevo en esta otrora isla de paz. De que había, había. Pero desde hacía quince o más años está crece que crece. Lo ha penetrado, a punta de dinero ilícito y bala, en sus más recónditas entrañas, deviniendo en un poderoso cáncer cuyas células infestadas han hecho metástasis en todo su cuerpo.

Las células malignas están en la política. No sólo les interesa el poder económico; también el que da las urnas, y por eso le invaden comprando   a aquellos que por carismáticos y habladores pueden acceder a cargos de elección popular.

También han infestado la justicia. Se reproducen en jueces, fiscales y Judicatura. No en todos, claro está.

El tumor ha ollado también a policías, militares, guías penitenciarios. No a todos por supuesto.

Ya lo ven. Material y escenarios para una serie al estilo del Cardel de los sapos hay de sobra. Hechos, ni se diga. Entre ellos, el retiro de la base militar norteamericana en Manta, las narcopistas, el casamiento de un narco por parte de un ministro del Interior, el decomiso de un libro escrito por otro narco preso cuyos miles de ejemplares se convirtieron en cenizas por orden judicial, y esta, por una orden dada desde “lo más alto”.

Claro, los capítulos más intrigantes se derivarían de la trama del operativo Metástasis, basados en la vida de un “Patrón” criollo. Muerto en su ley, dejó tras de sí una telaraña que envuelve a varios jueces, fiscales, algunos ya no en funciones; a abogados, tinterillos, testaferros, presidentes de la Judicatura, generales y un largo etcétera.

Ya viéramos a un actor representando al campanero mayor, alertando para que huyan unos cuantos “compañeritos”.

Ya viéramos a otros actores representando a los que creen que son ratones y no quesos, o que son quesos y no ratones; a los que por el “pacto de sangre” salen a defender a sus parceros detenidos, así luego los traicionen.

¡Vaya peliculita que saliera! Digna de Netflix. (O)