¡Alerta a los hogares!

Edgar Pesántez Torres

Se ha dicho que la educación no lo hace simplemente la escuela, porque los valores morales vienen guiados de la familia, particularmente del hogar. A la moral se le ha dado la categoría de ciencia de los deberes del hombre, que dice relación a obrar el bien y evitar el mal. Mientras que el bien es todo lo que es conforme a la justicia y cuanto tiende a la felicidad propia y ajena, las conductas antípodas garantizan al mal.

Cuando se denigra a los gobiernos de los males que adolece la sociedad, poco se incrimina a los hogares frívolos o disfuncionales. Es cierto que en la educación escolarizada se está quedando sin maestros y sólo con profesores o instructores, sin mística y siquiera con un conjunto mínimo de juicios de valor sobre ideales y virtudes, sin embargo, hay que ir a algo más importante: los hogares, en donde empieza la educación moral, sin desconocer que hay tantas morales como culturas.

Tiempo ha, que un padre de familia profesional académico, refería contrito haber encontrado en el celular de su hija adolescente varios mensajes y gráficas obscenas, las cuales habían sido compartidas entre compañeras y profesores. Al insinuarle que haga la denuncia pertinente a la institución responsable, aducía que eso conllevaría a graves represalias contra su hija y el desprestigio social de ella y la familia.

Ahora vengo con otra, aún más grave: descubren que ciertas instituciones educativas cuentan dentro de su planta docente con profesores de ideología de género que promueven ideas de igualdad, empoderamiento, identidad y sexualidad a niños y adolescentes. El debate sobre estos temas viene generándose en el mundo, cuyos resultados están a la vista: más depravación y menos desarrollo humano.

 Con lo revelado, alértese a los hogares tradicionales (no tradicionalistas) para que estén vigilantes de la institución y sus agentes en donde se encuentran sus hijos y denuncien lo que se cree patológico. Debe primar la enseñanza de los valores que hacen a los hombres más comunes que diferentes, porque ante todo el humano constituye una especia única, que en lo profundo y esencial es varón y mujer.

Quienes hace más de tres décadas pronosticaron la muerte de la familia, deben rectificar ante la evidencia de la historia, pues ella sigue prestando un servicio insustituible al desarrollo humano y un proyecto en el que se cree y del que se espera sea la fuente principal de la satisfacción individual y colectiva. (O)