Las redes sociales

Edgar Pesántez Torres

Hay una pasión humana que es consustancial y necesaria al hombre: el miedo, un núcleo energético que, al igual que el amor y otros, orientan, propulsan y, a la vez, limitan el universo mental, individual y específico del ser humano. Efectivamente, nuestra vida personal discurre, entre otros, por este ímpetu que es uno de los pilares en los que se apoya el edificio de nuestra personalidad, es un cilindro del motor que mueve el alma y la conciencia de las personas normales y conscientes, quede claro.

Esta emoción primaria se agudiza con la evolución de la persona y es palmaria cuando se vuelve racional-sensato o profiláctico, porque se siente miedo ante una señal anticipada del daño; es un miedo condicionado por la experiencia y va acompañado de la razón y la dignidad. Lo que quiero hablar ahora es sobre miedo a las redes sociales, porque es un miedo lógico, ya que hemos sido capaces de condicionar la idea de redes sociales con la mentira y el daño inminente.

 Lanzar una mentira y peor una calumnia es como subirse a la azotea del Hotel El Conquistador un día de vendaval, romper una almohada de plumas y ver cómo éstas se expanden por los techos de las casas. Querer luego recogerlas para que retornen a dar figura para lo que fueron construidas: ¡imposible! Es lo que pasa con las mentiras por estos medios que, si se desmiente, la noticia ya se propaló por los cuatro vientos. Yo, a veces paso del miedo a la fobia al ver imágenes y leer las falsedades.

No reniego de las bondades del sistema informático, inclusive por su democratización en la cultura y educación, pero ha sido nefasto cuando se utiliza mal, tal como se hace a través de los trolls o por trúhanes sin escrúpulos que cometen daños irreparables contra la honra de los demás, para quienes no existe Dios ni Ley. Lo peor es el poder creciente de la mentira por estos medios que usted, querido lector, puede ser víctima mañana. ¡La verdad crea hombres libres, la mentira solo esclavos!  

Concluyo que el periodismo no morirá y ahora es más necesario que antes, no porque hoy se cuenten más mentiras que nunca, sino porque su difusión no tiene control. Pero hablo del periodismo académico y honesto, no de los vacunadores boscanes de allá y acá, que no solo se limiten a contar las verdades, sino que además desenmascaren las mentiras. (O)