Las disculpas del pato

Jorge Duran Figueroa

Dicen que cuando el pato se bajó de la gallina le ofreció disculpas, indicándole que lo hizo por error y porque aún estaba medio oscuro.

Pero lo hizo luego de haberse tomado su tiempo sobre plumas ajenas; de haber fingido su casi insonoro “cuac”, “cuac”; y de hacerse el desentendido pese a la protesta del resto de gallinas y de la risotada de los demás patos.

El pato, pese a su juventud, de tener alimento de sobra, de nadar en estanques llenos de jardines, boyas, yates, de tener patas nobles, rabonas y de siluetas para la envidia del resto de las aves del corral, poco o nada le importó engañar a la gallina con un simple meneo y de hacer lo que hizo.

Como en el corral todo se sabe, “todo se chamulla, todo de sapea”, luego se supo que el pato, que era  musculado, medio hecho el mudo, el buenote y galante, desde hacía mucho tiempo que planeaba cometer su audacia.

Había, en efecto, adquirido un sitio propicio, lleno de palmeras, cocales, algarrobos, cangrejos, conchas y chufles, intocable según lo declaró el resto de aves y animales para su sobrevivencia.

Allí, en complicidad con su pata preferida y otros patos menores, con los cuales ahora reina en su nueva patera, hizo que le dieran permiso para, de una sola patada, mandar al tacho aquella declaratoria y levantar un emporio con cemento, hierro y portones impenetrables, digno para patos y patas que tengan harta plata.

Entonces las demás aves, con solo cacarear duro durante varios días, incluyendo el gallo que sintióse ofendido en su orgullo viendo que el avezado pato se subió en su gallina, le hicieron retroceder de su (des) propósito. Sintió, pues, que de persistir ponía en peligro su deseo escondido de seguir siendo el rey en su nueva patera, hacia donde se mudó hace poco nomás.

¡Qué “bonita la cosa! dicen ahora las demás aves, secundadas también por otras especies. Hizo lo que hizo con la gallina, y muy hondo y lirondo le ofrece disculpas diciéndole que fue por error, y aquí no ha pasado nada; que para qué tanto cacareo a no ser que quieran patearme el piso.

Así que ahí se quedan con sus chufles, conchas, ceibos y algarrobos. Ya se arrepentirán de haber perdido la oportunidad de ganar unos cuantos centavos para que no tengan que andar fiando la chanca de maíz, el agua de ají y las cuicas.

Ahí se quedan. Mejor ve voy por unos cuantos días a tierras lejanas, como quien hago “cuac”, “cuac, en otros lados, visito a San Pedro y vuelvo santificado  y perdonado, para seguir en mi nueva patera, donde no interesa si sale pato o gallareta. (O)