Las vicisitudes negativas en la vida de los individuos o de las sociedades, están presentes siempre. Sin embargo, es normal considerarlas como pasajeras y desde esa perspectiva, su superación, es un desafío que alienta y requiere comportamientos valerosos. La gente apunta a dejar atrás lo negativo y construir algo mejor.
Creo que ese espíritu está siempre vigente, pero en ocasiones, el desaliento se impone y el no sentido adquiere una presencia que condiciona la vida. No es tan extraño llegar a esos niveles de desazón. El escepticismo es una forma de pensar que invalida la posibilidad de encontrar mejores caminos tanto individual como grupalmente. El cinismo, otra forma de posicionamiento frente a las circunstancias, propone la desconfianza en el perfeccionamiento y la duda respecto al logro de la felicidad. El existencialismo analiza la presencia de la angustia y la soledad como factores determinantes de la historia.
Esas miradas tristes y acongojadas tienen validez plena entre nosotros, pues las circunstancias del Ecuador contemporáneo conforman una época de gran oscuridad. Razones no faltan para esa afirmación. Pobreza que aumenta exponencialmente. Precariedad en el empleo. Inseguridad ciudadana que define el paisaje social. Corrupción que galopa indetenible y se encuentra en todos los ámbitos. Destrucción inmisericorde del medio ambiente. Contaminación. Formas de vida sociales que se deterioran cada vez más. Atroz decadencia y una clase política, en general, que representa de manera fidedigna a esa descomposición, sin que se vea en quienes la practican o, en la sociedad civil, la posibilidad de una ruptura de ese círculo vicioso.
Por el contrario, la sensación de impotencia y angustia existencial se consolida. La desolación campea en la gran oscuridad del Ecuador actual. (O)