Es común que la gente adhiera al poder encarnado en las personas que lo detentan, sin que les importe demasiado las formas que les permitieron alcanzarlo. La alabanza de la riqueza y del poder, es un atractivo irresistible para muchos, que no dudan en expresar su admiración e incluso se convierten en ciegos defensores de ese estatus, luchando contra todos aquellos que pueden tener opiniones contrarias.
El poder sin limitaciones es una aberración que ha sido combatida por muchas de las sociedades del planeta. Otras, pese a la intención latente de limitar el poder político o económico que rige en sus pueblos, no lo han podido hacer por la férrea y arrasadora fuerza utilizada por quienes lo ejercen. Regímenes autodefinidos como populares u otros que se consideran a sí mismos como libres, han ejercido el control social y se han mantenido en él por medio de la utilización de diversos mecanismos.
Para atenuar el poder absoluto, la civilización elaboró complejos sistemas de convivencia, limitándolo y sometiéndolo a formas que son válidas para todos y que no pueden ser contradichas por los poderosos, provengan estos de cualquier ámbito. Son las normas sociales, que encuentran en las jurídicas a su representación más elaborada y protegida, porque su incumplimiento debería producir el uso de la fuerza legítima para hacerlas respetar.
Se podría, desde esta perspectiva, que no es solamente una idea sino la realidad jurídica formal de los países, encaminar el irrefrenable deseo de alabanza a lo que es verdaderamente superior, al reconocimiento y justa valoración del imperio de la ley, dejando en el lugar que corresponde a la adulación a los individuos que tienen el poder en cualquiera de sus formas, pues ellos especialmente y todos en general, están obligados a respetar ese concepto.
Es el reconocimiento de las ideas y no de las personas.
Potenciar la dignidad de la gente, que debería ser uno de los objetivos de quienes gobiernan en lo público o ejercen cualquier forma de autoridad privada, conlleva el fortalecimiento del amor propio de cada individuo y el alejamiento de conductas serviles y obsecuentes con el poder. Potenciar la dignidad de la gente, es el cimiento de instituciones y sociedades más íntegras y en consecuencia más eficientes. (O)