Una mañana, un discípulo fue a ver a su maestro y le dijo: “Dame una meditación que me ayude a despertar, Maestro”. Él, respondió: “En cualquier situación en la que te encuentres, di: “No tengo quejas, gracias por todo”. En los relatos zen, monjes estoicos, a través de sus enseñanzas, nos inducen a reflexionar sobre las bondades de mantener una mente abierta y una actitud de aceptación ante lo que se vive y vivió. Pero cuando lidiamos con pérdidas humanas o materiales, o luchas externas o internas, se nos complica repetir la frase que el monje recomienda.
Los místicos afirman que los torbellinos que azotan el alma son necesarios para transformar la conciencia, y mostrar que el dolor es inherente al despertar espiritual. Pero aceptar esa realidad no es tan fácil como se lee. Los huracanes emocionales tratan de guiarnos a pensamientos más amables, a esa sabiduría profunda que nos habita. Tratan de abrir aquella puerta del corazón que habíamos cerrado, de ablandar nuestras heridas, de sanarnos.
Qué ganas de salir corriendo cuando llega una tormenta, pero si nos paramos firmes permitiendo que se lleve lo que ha venido a llevarse, algo sucede. El caos del vendaval limpia el desorden y un plácido orden se gesta.
La vida es una analogía de las tramas de algunas películas o novelas. Cuando algo sale mal y los desafíos se presentan, el largometraje o el libro se vuelve más interesante; y los personajes crecen, aprenden, se transforman y evolucionan. La vida es sabia. Por eso, de vez en cuando, nos sacude para jalarnos del letargo o marasmo en el que vegetamos.
A menudo no entendemos las lecciones disfrazadas que hay detrás de una demora, o de una traba; pero es ahí cuando lo dicho por el maestro cobra mayor sentido. Casi siempre la comprensión se da cuando ha pasado la crisis. Y si el ego lo permite, reconocemos las lecciones que nos ha dejado.
Es una buena costumbre escribir agradecimientos cotidianos: un día de sol, alimentos frescos, buena salud, el olor a petricor, un té caliente, un buen libro, una llamada que nos enciende él corazón.
Espero que esta reflexión, la puedan hacer suya: este año no tengo quejas, más sí gratitud por los aprendizajes que llegaron y me enseñaron que la vida es más amable cuando la observamos a través de otras miradas, y no sólo la nuestra.
Les deseo a todos ustedes, una Feliz Navidad. (O)