Las últimas semanas del 2022 dejaron la impresión de que la gente volvió a moverse en celebración decembrina, como acostumbraba hacerlo hasta antes de la pandemia. O sea, más de dos años atrás. Compra de regalos. Agasajos. Cenas. Encendido de luces. Pase del niño Dios. Aguinaldos. Villancicos. Los reencuentros y los adioses. Los abrazos y los perdones. Toda la parafernalia navideña. Se reproduce el eco analítico de la pomposa reactivación (siempre encaminada a lo económico). Y de la resiliencia en circunstancias de afectación emocional como mecanismo para salir avante de la adversidad. ¿Pero qué sucede con quiénes sobreviven en el desempleo? ¿Cuál es la receta de autoayuda para sobrellevar un suicidio o un ambiente de violencia intrafamiliar? ¿Cómo se acepta la separación de un familiar -reclutado por coyoteros- que salió del país para sumar a la estadística migrante? ¿De qué manera una madre admite el fallecimiento de su hijo ante hordas delincuenciales por el robo de su celular? Estas y otras preguntas nos vuelven escépticos ante la actual realidad.
¿Se ha ablandado el sujeto humano luego del doloroso episodio desatado por la enfermedad infecciosa? Creo que no. De manera paulatina, parece que vamos olvidando las secuelas trágicas que nos tornaron sensibles en aquellos momentos del 2020. Aunque es cierto que tenemos claridad sobre el valor taxativo de la vida, y que el mensaje retórico que exteriorizamos al prójimo se encarrila principalmente por la salud estable, los hechos reflejan otras conductas.
Estamos en un período en donde se invoca a la renovación personal. Al autodiagnóstico íntimo. A la evaluación de acciones y omisiones. A los logros alcanzados y las metas incumplidas. El balance siempre quedará en el fuero interno de cada persona; lo que se acometió en el pasado inmediato, y lo que queda como reto para lo venidero. De eso se trata precisamente la vida. El agitado suceder de los días en nuestras manos como prospectiva para alcanzar la luz del horizonte. En tanto, estimado/a lector/a, que este 2023 nos halle empecinados en la mejora continua con el corazón encendido. Mejor si es con un libro pendiente bajo el brazo. Y, si se anima, como dice Elvira Sastre: “abre los ojos, piensa en el otro, convierte tu alegría en empatía y hagamos que los buenos deseos toquen también al que ha perdido las ganas o no puede tenerlas”. (O)