Cómo poner en práctica la transparencia es poco o casi nada debatida en la campaña electoral en curso.
Los ciudadanos tampoco exigen a los candidatos, interesados, eso sí, en hablar de la presunta corrupción de quienes aspiran a reemplazarlos, y, en el mejor de los casos, a esbozar algunas ideas, inconexas las más.
Si quienes aspiran a ser alcaldes y prefectos revelaran, por ejemplo, quiénes serían sus potenciales colaboradores, en su suma, su equipo de trabajo, sería un gran paso, un enorme paso en busca del ejercicio ético del poder.
Mejor aún si dijeran quiénes les financian las campañas electorales. Sus costos son superiores a los montos entregados por el Consejo Nacional Electoral. Decir, pensar lo contrario es engañarse. ¿O no?
Mucho más grave, si ya estando en el poder se hacen de los “oídos sordos” o dejan pasar por alto las alertas.
Eso, al parecer, ha sucedido en el Gobierno Nacional, una vez estallado el “caso Encuentro”, una denominación curiosa, paradójica, como para inducirle a cambiar su slogan: “El Gobierno del encuentro”.
Con las diferencias de rigor, lo mismo habría sucedido en el municipio cuencano antes y durante la firma del contrato para la colocación de radares en las vías de la ciudad.
Según dice el presidente de la Comisión de Fiscalización del Concejo Municipal, Alfredo Aguilar; igual varios concejales, el alcalde fue advertido, también el gerente de la Empresa de Movilidad, sobre potenciales irregularidades, entre ellas tráfico de influencias y falsedad ideológica.
Los primeros campanazos sobre el germen de la corrupción, no importa de dónde provengan, deben ser justipreciados e investigados hasta la saciedad. Las gangrenas se curan a tiempo.
Hagan obras, no importa si roban; si roban, roben bien, no pueden ser slogans estigmatizantes de la sociedad ecuatoriana.
Por eso la actividad política se ha degenerado y pervertido, en tanto lo ético es visto como una utopía o el ejercicio de algunos quijotes.