Hoy vamos a hablar de un tema que cobrará vigencia en este feriado carnavalero: el chuchaqui. Y no tanto el chuchaqui físico que, al fin y al cabo, se cura con una aspirina. No. Hablaremos de una especie más tenebrosa que aparece cuando una nostalgia o una felicidad genuina se cruzan con farra descontrolada, esos cataclismos particulares en los que uno despacha todo el hastío del bostezo universal con una borrachera colosal (y la postre redentora) que, invariablemente, termina un confuso sentimiento de culpa que se llama “chuchaqui moral”.
Y no está solo. Aquí cabe la parábola bíblica de “…el que esté libre de pecado…”, pues son pocas las almas que aún no han probado (ya probarán) lo que se siente intentar recordar una noche de naufragio que se rebobina incompleta, con sustos, vacíos, escenas aisladas que podrían ordenarse en una secuencia más o menos así: escena primera: una mesa y una botella que se multiplica (mire que bíblicos nos hemos puesto), como si fueran panes y peces. Escena segunda: autoimagen con sombrero de charro (eso… nada más). Acto final: intentando introducir la llave en la cerradura mientras vocifera una de J.J., con cariño para todo el vecindario.
Y ahora las preguntas de rigor: ¿Es el chuchaqui moral patrimonio de los ebrios consuetudinarios? No, no lo es, aunque si se siente tan identificado es porque Usted ha bebido lo suyo y tampoco concursa para santo. Segunda pregunta: ¿Se puede beber parejo sin chuchaqui moral? No. No se puede y Usted ya lo sabe. Tercera pregunta: ¿lo superará algún día? No. Jamás. Lo que ha hecho lo acompañará como una herida de guerra por el resto de su vida. Sin embargo, los panas, los que han disfrutado también de la misa pagana, saben bien que somos seres mundanos y no hacemos leña del árbol caído, “… ¡que va hermano! Estabas súper tranquilo…”. Y es que, ciertamente, los años pasan y ahora aquel tipo que hace diez años se negaba a dejar que la noche muera ha dado paso al juicioso caballero que dice “…mañana toca levantarse temprano…”. ¿Juicioso verdad? Aunque claro, el hábito no hace al monje… (O)