Muy joven aún, diría adolescente, conocí en el lecho del dolor del antiguo Hospital del IEESS a quién decían es un reconocido intelectual de la ciudad, poeta de fuste y periodista de opinión muy comentado. Hombre espigado, de hiperdivergencia facial, leía y escribía, sin importar sus dolores y el suero que descendía por uno de sus brazos. Por aquel tiempo de Cuaresma, cogí uno de los ejemplares de este Diario y leí su columna, que en uno de sus párrafos decía: “La calamidad nacional está en que el ecuatoriano de hoy ha perdido la vieja emoción patriótica de generaciones pasadas, dueñas de una honorabilidad imponderable, de un decoro y un orgullo patrio inmarcesibles”.
Tenía razón el literato cuando escribía indignado al constatar la falta de honra y civismo de algunos políticos y autoridades que suplantaban estos atributos por la gazuza de poder y acumulación de bienes para sí y sus familiares; de mantenerse serviles y cretinizados a los dictámenes de los que ayer nomas les pateaban y p…, les ponían bozal en sus embocaduras especialmente de la cara, pues, estos rastreros debían callar y cegarse ante las violaciones, crímenes y todo tipo de latrocinios. Pero si esto pasaba con el poder en acción, la herencia fue quedar fanatizados hasta el fin de sus días.
Ahora que vivimos un tiempo de reflexión cristiana, es bueno recorrer ciertos pasajes de la historia como aquel en que los emperadores romanos tenían una cínica manera de contentar a la plebe, un recurso eficaz para neutralizar sus peligrosas reacciones, una mágica fórmula para la cual se suministraba a la chusma -coloquialmente llamados en estas tierras “guacharnacos”-, simultáneamente, pan para sus barrigas hambrientas y circo para la distracción de sus espíritus alicaídos.
Muchos siglos han pasado desde esa práctica de los soberanos romanos, empero, en los palacios de este sufrido país -cinco impuestos por los sabios de Montecristo, en vez de tres materializado por el político y filósofo francés Montesquieu y seguido por todos los países democráticos del mundo-, especialmente en el Legislativo proporcionan sólo circo de mala calidad, en donde, deplorablemente mujeres, a las que recién nomas rendíamos pleitesía, son protagonistas del escarnio popular.
Nostalgia por aquellos tiempos en que nuestras amas de casa mezclaban unos cuantos garbanzos con tiernos granos de maíz, fréjol, alverja, pimienta, ajo… más un bacalao de calidad, no cualquier pescado vendido en carretilla, y nos ofrecían en Semana Santa. (O)