Procrastinación como patrón y estrés como resultado constituye uno de los círculos viciosos más comunes en que naufraga la voluntad emprendedora, entendiendo un círculo vicioso como un patrón de repetición sistémica de una rutina que se devuelve sobre el punto de partida como resultado.
Procrastinar se define como retrasar, de manera voluntaria e innecesaria, los proyectos y tareas estratégicas, construyendo una estructura comportamental de postergación y “hacerlo de última hora” de manera recurrente, generando un cuello de botella sobre los plazos.
Tareas sin terminar, plazos vencidos o por vencer en el corto plazo, la procrastinación conduce hacia la sensación de falta de tiempo, activando el círculo vicioso del estrés en tres etapas (Barraza Macías y Barraza Nevárez 2019).
En la primera etapa, cuando el sujeto enfrenta la tarea, proyecto o delegación la procesa a partir de una valoración de sus propias capacidades y recursos para llevarla adelante; cuando la valoración es negativa se prende la alerta del primer estresor; en la segunda etapa el sujeto enfrenta un proceso de desequilibrio sistémico (es decir un desequilibrio alimentado desde dentro) que se exterioriza a partir de síntomas psicológicos, comportamentales y físicos o de salud; la tercera etapa enfrenta al individuo con el círculo vicioso que se activa en la procrastinación, es decir, esquivar y postergar la tarea hasta el límite del plazo, agudizando la sensación de incompetencia para resolver el reto y el estrés que esto produce.
A cara y cruz, el antagonista comportamental del círculo de confianza es la espiral del aprendizaje, fundamentada en el trípode ver, hacer y lograr.
El trípode refiere, en primer lugar, el prisma, principio o paradigma con que vemos cada actividad que enfrentamos (retos u obstáculos; oportunidades o amenazas); en segundo momento y, en función del primero, la forma en que lo enfrentamos (determinación o temor); y, finalmente, los resultados que alcanzamos como consecuencia de nuestras propias decisiones. (O)
