Los desastres naturales se ensañan con el Ecuador. Esta vez, el duelo, la desolación, la destrucción, ponen sus marcas en Alausí, provincia de Chimborazo.
Al amanecer de este lunes, el país se enteró de la tragedia en ese lugar: un macrodeslizamiento de tierra sepultó cinco barrios: La Esperanza, Control Norte, Nueva Alausí, Pircapamba y Bua.
El saldo: 16 personas fallecidas, igual número de heridos, amén de los desaparecidos. Estas cifras podrían aumentar mientras se desarrollan las tareas de rescate.
Eso no es todo. Según la Secretaría de Riesgos hay 500 personas afectadas, 22 damnificadas; casas afectadas, vías destruidas, y un largo etcétera.
Cuerpos de Bomberos de varias ciudades, como no puede ser de otra manera, se movilizaron para coadyuvar en el rescate.
El gobierno movilizó todo su aparataje para dar asistencia, hacer las evaluaciones y tomar decisiones, comenzando por ayudar a los damnificados, diseñar alternativas para el transporte ante la destrucción de carreteras, en tanto los hospitales están en máxima alerta.
Sin duda, un panorama desolador. Solo mirar las casas sepultadas por el lodo, conmueve; y más si se consideran los estragos causados por el invierno en otras regiones, donde hay inundaciones, destrucción de vías, enfermedades infecto-contagiosas y quedan centenares de damnificados.
Videos, fotografías, la ubicación exacta del deslizamiento determinada por Google Maps, mostraban la magnitud de la tragedia en Alausí. En medio de ella, el rescate de algunos sobrevivientes, ni se diga el llanto y las preguntas sin respuestas de los afectados, muchos, ahora de luto.
El “riesgo inminente” fue advertido en febrero por la Secretaría de Riesgos. Incluso declaró a la zona en alerta amarilla en un perímetro de 247 hectáreas, justo donde se asentaban los cinco barrios ahora sepultados.
Nunca ocurrió la intervención ni se evacuó a los habitantes. ¿La razón? Ningún dolor viene sólo. Por el momento, únicamente caben la solidaridad y la acción.