Lo que vivimos en nuestra república, es la crisis de los valores. Es el complejo de dominación que atrae como señuelo para la perversión del poder. Recordemos los años noventa del siglo anterior con el deterioro de la democracia representativa por el triunfo populista de Abdalá Bucaram. La sucesión que por lógica conceptual correspondía a la vicepresidencia fue trastocada contra la lógica jurídica.
Recordemos aquel gobernante elegido democráticamente y que se auto calificó de dictócrata para conculcar la autonomía judicial, defenestrar a la Corte Suprema y anular la independencia de las funciones judicial y legislativa. Momento obscuro que se creía superado, pero luego se reinventa y pervierte al extremo desde el 2007. A la demagogia peculiar de los populismos se suman las acciones retorcidas de la narcopolítica que esquilma al Estado, destruye la institucionalidad y toma el poder para el servicio de la corrupción institucionalizada.
Las causas están en las pretensiones del Foro de San Pablo que por el colapso soviético buscó los aportes del crimen organizado que sacude a la región, es así que los gobiernos intitulados neo socialistas del siglo XXI, con el aporte de ese submundo, usando los procesos electorales, captan el poder y se constituyen en la fuerza política dominante de la misma región.
En estos días y a los dos años del gobierno del presidente Lasso que declaró la guerra a la corrupción pretenden destituirle en un amañado juicio político.
Un electorado ayuno de cultura cívica es víctima del subdesarrollo populista…y de la corrupción, un circuito que pretende el colapso de la cultura cívica.
He allí un cuadro de nuestra circunstancia y la reiterada crisis institucional. (O)