Este artículo, y por esta vez, no fue escrito para los amigos que me leen en el diario de papel y tinta, el de siempre. Y cuidado, no es que no respete a estos lectores, por el contrario, el ritual de abrir el periódico y templarlo (así como los abuelos) con un chasquido, para luego leerlo con los brazos abiertos, me parece un gesto romántico y humano en medio de la avalancha de medios virtuales. Entonces no, estimado lector del papel, este artículo no es para Usted, aunque igual me saco el sombrero.
Este artículo, por lo tanto, va dirigido a quienes me están leyendo en la pantalla de un teléfono celular. Y claro, agradezco la deferencia, sin embargo, quiero hacer una reflexión, porque ahora lo común es mirar a la gente por la calle, absorta, cada uno en su pantalla. ¿Se ha fijado que ya nadie se mira a lo ojos? ¿Estamos prestando atención al mundo alrededor? ¿De verdad es tan importante lo que está haciendo en su teléfono? ¿o lo está ocupando para la farándula, el chisme y esta manía de contarle al mundo lo que estamos haciendo cada minuto del día?
Tal vez, lo digo como una sugerencia, sería una buena idea dejar el teléfono un par de horas en el bolsillo. Salir un minuto al jardín para tomar sol con la vieja. Acompañar al viejo a comprar el periódico. Tomarse una cerveza con los amigos, porque es gente que estamos dejando de lado, a todos quienes no tienen otro teléfono en la mano para responder por el chat. Y no, no vale la pena.
Antes, cuando uno salía a la calle, saludaba, bromeaba, compartía. Ahora es diferente. Y no hay culpa pues es así como funciona el mundo y lo que ocurre en esa pantalla se va convirtiendo, poco a poco en la realidad (lo que es un poco raro si lo pensamos). Pero se puede hacer una pausa, nada malo va a pasar. Y luego, claro, volvemos si necesitamos estar comunicados, pero esa hora dedicada para uno mismo, sin selfies, sin mensajes, va a servir. Créame, va a servir…