Antonio Gala consideraba que la poesía es “como un líquido que toma la forma del recipiente en que se vierte. Hay poesía de pintura, de literatura, de música, de escultura, de arquitectura”.
En lo que atañe a este comentario, del amplio abanico tipológico del poema(s) nos interesa la forma en que danzan las palabras acertadas, ardientes y vitales. Efectivamente, desde que el hombre asume su condición primaria ya existen indicios de rudimentos poéticos, que han fructificado con el tiempo, cuya evolución ha dado una taxonomía según el germen modélico planteado por el poeta, como fruto de la necesidad básica por exponer sus impresiones, sentimientos y pasiones.
A lo aludido, no podemos dejar de lado el contexto histórico de las sociedades en donde fueron desarrollándose las variadas características que resaltan en los poemas provenientes desde la mirada épica hasta los que tienen sello experimental, atravesando por su extensión, o su imbricación prosística. Como es conocido, el poeta en su afán irreverente llega hasta a desacralizar a la tradición poética, por ello, aparece como un golpe de efecto contrario a los salones de la lírica clásica, el antipoema. Y, con carga ideológica, sin duda, el poema social. De aquella corriente que reivindica lo coloquial, el lenguaje de la calle, y la vida de la gente común cito a autores que han marcado senda sobresaliente: Juan Gelman, Jaime Sabines, Roque Dalton, Mario Benedetti, José Hierro, Ángel González. Y, reproduzco los versos de María Mercedes Carranza, desde la lacerante realidad: “Un pájaro / negro husmea / las sobras de / la vida. / Puede ser Dios / o el asesino: / da lo mismo ya”.
¡Bendito sea el artefacto contenido en poema, sea cual fuere su molde subgenérico! (O)