Y bueno, como siempre ocurre en nuestro país. Se anuncia alguna emergencia y unos cuantos adefesios empiezan a especular con los productos de la canasta básica. Si usáramos ese ingenio para dar solución a una problemática, otro sería el cantar. Fuéramos la envidia de otras naciones. No nos hagamos. Acá tenemos mucho material para exportar, pero los intereses de unos cuantos avivatos hacen que no salgamos para adelante.
Y esta vez se metieron con la gramínea. ¡Sí! Con nuestro arrocito que lo consumismos en el desayuno, en el almuerzo y en la merienda. Más claro, lo comemos en todo momento. En el bautizo de la guagua, en el matrimonio de la ñaña, en la parrillada con los mijines, en la cita con la nena. ¡Nos acompaña en toda la dieta!
Es que a los “oportunistas” no se les pasa una. Ni bien escucharon que nos acecha el fenómeno del Niño empezaron con su pavada. Le subieron el precio al quintal de arroz. De un solo sopetón pusieron a 70 dólares, cuando antes se comercializaba en 38 dólares. El gobierno anunció los controles y evidenció que en las bodegas acaparaban el producto. Por eso, advirtieron que importarían arroz de otros países y empezaron los lloros y pataletas del gremio.
¡Qué mismo! Alzan los precios, guardan el arroz, especulan y luego se oponen a otras medidas en beneficio del país. ¿Qué nos pasa como sociedad? Es que el efecto de la especulación no solo se limita a un producto, sino a toda la cadena. Sube el azúcar, las verduras, las frutas, el flete, hasta el cargador del mercado sube la tarifa del servicio. ¿Y a quién le pasan la cuenta? ¡Acertó! A nosotros. Los pobres giles.
A nosotros, que nos matan por llevar el celular en la mano. A nosotros, que nos disparan por negarnos a pagar una vacuna. A nosotros, a quienes nos roban los autos, y ahora nos toca enfrentar un fenómeno natural que ya comienza a meter miedo. (O)