Por tratarse de un fenómeno social netamente humano, nunca será repetitivo, ni mucho menos, referirse a la migración irregular, tan pero tan recurrente en el Ecuador y en gran parte de los demás países.
De acuerdo a un reportaje de El Mercurio, la diáspora de ecuatorianos por llegar a los Estados Unidos sigue imparable. Ni las advertencias sobre los riesgos y peligros consiguen amainarla.
Ahora ha ocurrido un hecho preocupante: a 15 ecuatorianos intentaron hacerles cumplir el “sueño americano” llevándolos por las Bahamas en un bote encaletado con 800 kilogramos cocaína.
Son – cuando no – de Azuay, Cañar y Morona Santiago. En aquel país enfrentan procesos penales por tráfico de drogas y por su estado migratorio irregular. Es fácil deducir su estado anímico; igual el de sus familiares en Ecuador: incertidumbre total.
La decisión soberana del Gobierno mexicano de exigir visa a los ecuatorianos resultó demoledora. Pero no ha sido lo suficientemente persuasiva como para detener la migración irregular. Tampoco lo son las miles de deportaciones desde EE.UU. y, en menor medida, de México.
Ante la demanda, la oferta de rutas clandestinas es lo de menos, y para esto están los traficantes de seres humanos.
Tales rutas cruzan por Nicaragua, El Salvador, Bahamas, México y, desde hace poco tiempo, por la temible selva del Darién, si bien la “más barata”, pero donde la muerte acecha a cada paso.
Desde enero de 2023 hasta la semana anterior, según autoridades panameñas por ese infierno cruzaron 201.167 migrantes. 25.925 son ecuatorianos. En similar periodo correspondiente a 2022 lo hicieron 49.452. La conclusión es contundente.
En ese mismo lapso, el Registro Civil del Azuay emitió 77 mil pasaportes, 57 mil más con respecto a 2022.
“Todos se están yendo a EE.UU.” es una frase común escucharla.
¿Es momento de decir, cuántos azuayos, cañarenses, quedan en sus tierras de origen, los más, adultos mayores?