Quién sabe si el viento frio de agosto prende en mis poros los recuerdos de aquellos hermosos tiempos juveniles en que las vacaciones eran largas en el campo. Poetas grandes de Cuenca como Alfonso Moreno Mora sintió parecido al escribir: Carpintero, la caja en que me encierren/ hazla suave, de un árbol de esta senda, / y así podré soñar, cuando me entierren/ que estoy de vacaciones en la hacienda! La nostalgia florece y se crispa entre vientos de cometas y galopes. Mis padres nunca tuvieron tierras ni en sus uñas, pero la generosidad de unos queridos parientes que me adoptaron como a hijo, me obsequiaron magnánimos el tesoro de sol, lunas, neblina y cierzo en sus querencias. Me aceptaron como un hijo más de una gran tropilla y logré así tener muchos hermanos forjados en medio de polvo, trotes y locuras. Ganándole al amanecer viajábamos en un jeep atestado de nosotros y pertrechos, para lograr tomar en Charcay el autoferro, chasis de legendario Ford 350 con cabina y bancas de madera rústica, cuyas ruedas chirriaban desenfrenadas en las rieles y los vidrios muy mal ensamblados, coreaban su pertinaz melodía dejando pasar el viento helado entre sus filos y así tiritando y alegres nos acogía Huigra, humilde pueblo de dos calles unidas por un puente colgante que cruzábamos tambaleantes para saborear un helado de vainilla diluido en coca cola y donde conocimos nuestros primeros amores con guapas vecinas de haciendas cercanas. El pueblo nos recibía con olor de habas cocidas, choclos tiernos y quesillo y con la efigie de Alfaro muy cerca de los andenes, aquella que vio morir de un infarto al presidente Plaza Gutiérrez, cumpliendo la premonición del viejo luchador que por su traición le previno ”tu morirás a mis pies” Al frente la recua de caballos nos esperaba para llevarnos a los altos de una gran planicie donde estaba nuestra querida hacienda, NANZA donde las tropas de Plaza, allí apertrechadas, vieron pasar sin inmutarse y traicioneras, el tren que venía de guayaquil trayendo los Alfaro para ser inmolados en el ejido en la triste Hoguera Barbara de José Peralta. Ahora sé estos detalles históricos más en aquella época de púberes, no nos apeábamos de los caballos días enteros desollándonos las posaderas, que ampolladas eran curadas entre gritos y alaridos con un isopo de mertiolate que blandía el padre de la casa, una vez puestos en cuatro todos los mozalbetes para así ventear los rabos magullados. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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