Poco advertido, pero la migración interna es otro fenómeno social en el Ecuador.
La gente abandona el campo, en especial en la Sierra. Sale a las ciudades en busca de trabajo, no siempre disponible. Ahora, peor.
Por lo general van a Cuenca, Quito y Guayaquil, históricamente convertidas en ciudades de llegada y permanencia.
Las otras capitales de provincia, aun las cabeceras cantonales, también experimentan similar fenómeno. A estas como a las citadas arriban inmigrantes, sobre todo los de nacionalidad venezolana y colombiana.
La publicación de los datos del censo recientemente efectuado dará luces sobre tal asunto.
La gente se queja por el poco apoyo a la agricultura. Su producción no tiene mayor rentabilidad. Hay ausencia de una auténtica política agraria, ni se diga para los pequeños agricultores.
En estos últimos años la migración interna también sería consecuencia directa de la inseguridad, en palabras mayores, de la ola criminal. Subrepticiamente, le ha declarado la guerra al Estado. Hace gala de mandar en las cárceles, de tener ejércitos de sicarios, de haberse tomado barrios enteros de ciudades como Guayaquil o Esmeraldas, sobre todo a los urbano-marginales; o de someter a los comerciantes extorsionándolos. La cadena de delitos es larga.
La gente sale de su lugar natal o donde se afincó para trabajar. Se han convertido en “tierra de nadie”. Aquí, hordas de delincuentes imponen su ley a sangre y fuego, como a sangre y fuego se disputan sus territorios con sus rivales.
Esa población atemorizada prefiere irse. Llega a otras ciudades, donde es víctima de recelo, cuando no del racismo. Busca habitabilidad en barrios marginales, aumentando el hacinamiento, los grupos de informales o de quienes piden caridad.
Pocos tienen la oportunidad de salir adelante confiando en sus capacidades, menos en la suerte.
Vaya situación interna la del Ecuador, sin visos de solución ni siquiera a mediano plazo, así los presidenciables prometan el paraíso.
