La vorágine electoral de esta época reafirma la premisa de que las campañas electorales se han transformado en plebiscitos emocionales. El argumento acuñado por el politólogo argentino Mario Riorda, refiere a la tendencia que los tiempos de la hiper conexión y la conversación digital han impuesto en la política: inmediatez, cercanía y reducción de la deliberación. En ese contexto la estrategia comunicacional refuerza la explotación de la emocionalidad, el entretenimiento y la superficialidad. Las campañas reducen sus argumentos a decisiones dicotómicas producto de una forzosa polarización negativa que poco contribuye en la democracia.
Para el Ecuador, esta campaña electoral extraordinaria y atípica es el máximo exponente de la prevalencia del plebiscito emocional; más aún luego de la hecatombe política que significa las tragedias recientes. En ese contexto imperan los sentimientos y frustraciones por sobre las reflexiones fundamentadas en propuestas contrastadas. Una parte de la población, visiblemente trastocada e hiper sensibilizada por estos acontecimientos, ha forzado -al menos en redes sociales- una conversación maniquea y polarizadora en la que vuelve con más fuerza el discurso de odio y venganza, con efectos que están por fuera de toda reflexión democrática.
¿Acaso no es esta condición una peligrosa intervención a la democracia? Este escenario impide que el discurso político argumentativo pueda permear lo suficiente en la conversación e intereses de la población porque es superado por la frustración y el dolor. Si bien la democracia se sustenta en el respeto a las normas y la ley exige fechas específicas, como la del próximo domingo 20 de agosto, es evidente que el país se dirige a las urnas en el peor momento político posible. El temor es que el resultado pase factura a los votantes en una suerte de “chuchaqui electoral” ocasionado por el bajón emocional post elecciones. Esto llevará de manera inexorable a enfrentar una realidad que quizá, en otras condiciones sociales, hubiese tenido reflexiones diferentes.
Jamás se debe tomar una decisión con la “cabeza caliente,” dice la sabiduría popular, de ahí que este silencio electoral será fundamental para intentar recuperar niveles de deliberación democrática, menos violentos y emotivos, que puedan dar lugar a la razón y la lógica. Hoy más que nunca se requiere reflexión y silencio.