Las únicas cosas que satisfacen al alma son la gratitud y el amor que siente el corazón. Agradecer significa encontrar un motivo para dar gracias, y encontrar es posible si se tiene conciencia y un corazón despierto para descubrir los gestos que brindan los demás, irónicamente hasta a los malhechores que entran en casa, roban lo valioso que encuentran, y al menos dejan con vida. No obstante, hay que estar ciertos que este sentimiento humano es el más efímero de todos.
Esta vez, el reconocimiento vaya para el presidente Lasso, porque al igual que se hace con el asaltante que deja la vida después de esquilmar la casa, su majestad abandona el sillón y ya sin bastón, antes de que el país se abata en una hecatombe sin precedentes. Gracias de veras presidente por dejar Carondelet, porque su paso por el gobierno ha sido calamitoso y ahora a ahora usted se ha vuelto indigesto.
Valgan resaltar tres obras del banquero que se catapultó al sillón de Ignacio de Veintimilla, Abdalá Bucaram, Rafael Correa …: la vacunación contra el Covit19, la destitución de 137 ineptos y conspiradores de la Asamblea -excepciones salvadas- y su retirada al hábitat financiero. Por estas tres acciones hay que reconocerlo y pedir al Altísimo que le perdone por sus capacidades limitadas, no así a la ley humana a quien debe rendir cuentas.
Cuando asumió su gestión, con mucho afán se esperó un giro en la conducción del Estado, pero ¡nones! Muy pronto se delató como contumaz mentiroso y charlatán, un aprovechado discípulo de un precedente a quién tanto lo criticó. Una prueba al canto: prometió llamar a Consulta Popular para eliminar el venenoso CPCCS, pero tan pronto llegó al poder sólo se fajó con los subalternos y antes sus virulentos rivales bajó su cerviz.
En viendo el panorama del país que nada cambiará o empeorará si regresa el latrocinio, bien valga retornar a la época pagana en que no se preocupaban por la salvación de las almas, pero tenían la gallardía de entregarse a una vida que se condensaba en el célebre consejo de Menandro: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Una sentencia que también debe calar en los avaros, a los que tampoco les preocupa la salvación de su alma, sino vivir angustiadamente por amasar dinero. ¡La muerte es el severo juez, a todos mide por el rasero y pronto muere el rico como el mendigo! (O)