El poder de una sonrisa

Hernán Abad Rodas

Me pregunto: ¿Cuándo fue la última vez que anduvimos con una sonrisa en el rostro, la alegría en el corazón y una sensación de plenitud, de total satisfacción de sentirnos vivos?

No hay que menospreciar el poder de una sonrisa, ésta nos ayuda mucho. Nos sirve para reconocer que, a pesar de que algo nos haga sentir tristes, podemos superar la tristeza, nos recuerda que tenemos mucho que agradecer, es una forma maravillosa de decir: SÍ, a la vida.

Todo niño al nacer tiene su primer llanto, luego esboza en su rostro una sonrisa; ningún ser humano nace con un corazón frío. Desgraciadamente en algún momento de nuestra vida adulta, nuestra naturaleza sentimental es asesinada, estrangulada, congelada y atrofiada por un ambiente injusto, sobre todo por nuestra propia culpa, al no cuidarla para mantenerla viva, o por no poder mantenernos fuera de ese ambiente.

En el proceso de aprender la experiencia mundana, violentamos más de una vez a nuestra naturaleza original, pues aprendemos a endurecernos, a ser artificiales y a menudo fríos de corazón y crueles; de modo que a medida que uno se envanece de ganar cada vez más experiencia del mundo, los nervios se vuelven menos sensitivos y más endurecidos; esto es más notorio en el mundo de la política y de los negocios.

Como resultado de lo anteriormente mencionado, vemos el “GRAN BUSCAVIDAS”, que empuja a una persona o a un pueblo, hasta llegar la cumbre del poder político, económico o social y hace a un lado a todos los demás.

Por otro lado, también observamos al hombre de “férrea voluntad y firme determinación”, en quien no se esboza la más mínima sonrisa, o si la tiene es completamente artificial, en cuyo pecho mueren las últimas ascuas de sentimiento, al que llama estúpido idealismo o sentimentalismo. Esta clase de personas son las que están por debajo de mi desprecio.

Afortunadamente hay unas pocas almas selectas, que pueden soportar su alta reputación con una sonrisa y seguir siendo naturales, pues están conscientes de que la humildad es el don de los VERDADERAMENTE GRANDES; son los que saben lo que representan, cuando están representando, y que no comparten las ilusiones artificiales de rango, título, riqueza. Aceptan estas cosas con una sonrisa tolerante cuando se las ponen en su camino, pero se niegan a creer que, por ese motivo, son ellos diferentes de los seres humanos ordinarios. Esta clase de hombres y mujeres son los verdaderamente grandes de espíritu.

El mundo actual tiene demasiada gente de corazón frío. Si la esterilización sería una política estatal, debería comenzar por lo corruptos, los falsos revolucionarios, los megalómanos, los falsos profetas de la política, los moralmente insensibles y los duros de corazón. (O)