Entre finales de julio y mediados de septiembre, cuando los vientos arrecian con velocidades de hasta 20 y 30 kilómetros por hora, limpiando el cielo de niebla, garúa y nubes; el espacio, ahora si celeste, se llena de multiformes estelas de luz sostenidas por la euforia infantil desde los campos despejados que ofrecen las cosechas, desde orillas, llanos y colinas, lugares de especial regocijo vacacional, etapa que ya termina, pero “nadie nos quita lo bailado”.
Nuestros cometas, claro que se parecen a esos cuerpos de luz sideral, esas “manchas de luz, a menudo borrosas, que van dejando rastros de cabellera” envueltos de magia y misterio, que han impresionado al hombre en todos los tiempos y latitudes estimulando su creatividad para replicarlos, abajo, en estas bellas formas que ascienden y surcan los cielos de agosto en todas partes del mundo, con distintos nombres; papagayos en Venezuela, volantín en Chile, pipas e Brasil, papalotes en México, por ejemplo. Si, en México y “Pensaba en ti Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época de aire” Pedro Páramo. Dice la leyenda que se inventaron en tiempos de la Dinastía Chunqui, 453 a. C, cuando Muo Di, vio volando un halcón sin mover las alas, decidió crear un artilugio que flote así y baje con estilo; que luego el carpintero Lu Van lo perfeccionó, con bambú, en la forma más parecido a la actual; también dicen que fue imitando a “un sombrero de bambú llevado por el viento”; como haya sido, resultó un artificio tan atractivo que se propagó por toda China y Corea, y Japón, Indonesio, India, Península Arábiga y Norte de África, llegando a Europa en el siglo XVI con las invasiones mongólicas, por las rutas comerciales, por contacto arábigo, en fin, para convertirse, en el siglo XVII, en uno de los mayores atractivos recreativos de verano.
Y, está entre nosotros. Desde mi niñez es un recuerdo recurrente, y ¿para quién no? Está presente y es motivo de grandes encuentros y festivales, resistiendo a la modernidad y sus múltiples propuestas recreativas, incluso, hacen el milagro de que, por unos instantes, abandonen su celular y den paso a la euforia infantil que significa volar cometas, que además estimulan la creatividad, la actividad física y afinan la sensibilidad. (O)