Uno de los más distinguidos pensadores y filósofos de estos días, Fernando Savater –profesor en la Universidad Complutense de Madrid-, escribió: “No siempre son los gobernantes los que pretenden acabar con las libertades o castrarlas al máximo: en demasiadas ocasiones son los ciudadanos los que les solicitan esta represión, cansados de ser libres o temerosos de la libertad. En cuanto a un Estado se le da la oportunidad de limitar las libertades “por nuestro bien”, dizque, rara vez deja de aprovecharla. Algunos políticos totalitarios como Adolf Hitler, increíblemente, llegaron al poder por medio de elecciones: de modo que ya se ha dado el caso de que los ciudadanos libres utilicen su libertad para acabar con las libertades y empleen la mayoría democrática para abolir la democracia.”
Los gobernantes totalitarios no resisten “compartir” el poder con cada uno de los ciudadanos, quieren ellos ser todo y por eso terminan con las libertades individuales, de prensa, de expresión, de propiedad, de trabajo, etc. Pero también sucede que las propias personas tienen miedo a su libertad. Si ellos son capaces de actuar bien o mal, los demás también pueden y hasta podrían hacerles daño. Entonces es preferible que todos pierdan su libertad, que alguna persona se haga cargo de todo y sanseacabó.
Terminar con las “libertades públicas” es indispensable para el gobernante totalitario porque al final ellas pueden derrocarle y también porque exigen “responsabilidad” es decir obligan a responder por lo que se hace y dar las razones por las que se hace. Esa “responsabilidad” exige que, aunque el gobernante crea tener buenas razones, debe escuchar las de los otros sin aferrarse a las propias. La persona responsable debe aceptar el costo en censuras o marginación, si hay discrepancias, pero no creer que toda denuncia de abusos, por fundada que esté, es parte de una maliciosa campaña de los adversarios políticos. La población permanece indiferente ante el desplome institucional (anomia) y en cuanto a la indignación de algunos expresada a través de los medios de comunicación, se aplica el viejo principio de los déspotas; “ladrad, ladrad, que ya os cansaréis…” (O)