Para captar el poder

Edgar Pesántez Torres

En tiempos de la danza de los votos para captar y empinarse al poder, hasta los carros de alta gama transitan por los laberintos de la Patria llevando a los demiurgos a pueblos miserables, alejados de la civilización moderna. Tanto los de camisa blanca engomada y corbata de seda como las de minifalda y la blusa escotada se despojan para chantarse de atuendos simples y decirse demócratas por antonomasia. Menudean las sonrisas fingidas y las manos extendidas para estrechar a las de la plebe novelera que asoma a su encuentro. Pasado el trance, con resultados favorables o no, las cosas retornan a lo de siempre: silencio oficial, olvido y postergación secular. Si es que el triunfo llega, las promesas y esperanzas quedan para una nueva oportunidad, mientras las puertas se cierran, los teléfonos son bloqueados, los saludos de los compañeritos de ayer tendrán que ser a lo mahometano para ser retribuidos, para las conquistas personales o comunitarias tendrán que pasar por las de Caín y así tener una respuesta incierta, ambigua en el mejor de las jaculatorias.

La democracia como institución política al servicio de la humanidad, hasta la fecha, ha sido la mejor manera de gobernar; no obstante, ella no deja de ser cuestionada porque se sigue con la costumbre de nominar candidaturas o dirigencias a “compañeritos” de acuerdo con los intereses de la trinca, con gente de similares garras. Hoy, dos candidaturas van al balotaje y los dos representan a clarísimos intereses de plenilunio, ninguna de las cuales ha sido elegida por las decantadas bases, sino por cuenta propia o decisión de un mesías. Así es como sigue “La Fiesta del Chivo”: concesión de poderes a los hombres para que acumulen una fuerza incontrolable, mientras la sociedad apática lo permite.

En estos tiempos, volvemos a ver la forzada camaradería, las confianzas farisaicas y la pérdida del sentido de las distancias. Así se oye decir del nombre a Luisa o Daniel, Hierbaluisa u Oatsquacker, compañerita o compañerito… La amabilidad y la cortesía de estos son envidiables, no hacen diferencia de raza, género, dinero…, todos son iguales. Ya se verá las puteadas los sábados o todos los días, en Carondelet o en todas las haciendas

Esto debe cambiar para el surgimiento de una verdadera Democracia, sustentada en los partidos políticos seriamente estructurados y acreditados, en donde las bases sean protagonistas con voz y voto. Hasta eso, aceptemos la realidad que vendrá. (O)