Guillermo Lasso, del Ecuador y Dina Boluarte, del Perú, asoman como los presidentes menos populares de la región, según la encuesta realizada por Consultoría Interdisciplinaria en Desarrollo (CID).
En una calificación de buena o muy buena sobre su gestión, apenas logran el 13 %, muy por debajo del mandatario de El Salvador, Nayib Bukele, quien alcanza el 88 %.
Quién lo creyera, pero Lasso y Boluarte son los menos desaprobados en relación con sus similares de Venezuela, Nicolás Maduro (19 %) y de Nicaragua, Daniel Ortega (33 %).
Debe importarnos la calificación obtenida por Lasso pese a estar en retirada del poder. Suspendió su periodo faltando dos años, aplicando la muerte cruzada, avalada por un amplio sector de la población.
El desgaste le llegó tan pronto como terminó la campaña masiva de vacunación contra el Covid-19. Se dejó rebasar por el crimen organizado al verse golpeado con masivas incautaciones de droga, desatando la ola de violencia con consecuencias por todos conocidas.
A la par, le cayeron encima la ingobernabilidad propiciada por sectores políticos tras el fracaso para repartirse la Asamblea, señales de presunta corrupción, alzamiento indígena con ribetes de violencia extremista, ineficacia de gran parte de su equipo de trabajo, inexperto en el manejo de la cosa pública, más los problemas sociales derivados del crecimiento de la pobreza, falta de trabajo, y el siempre exiguo presupuesto, incompatible con las demandas colectivas.
La gente evalúa a su mandante en función de cómo está su bolsillo y estómago, de obras tangibles, de seguridad para trabajar y vivir en paz; en suma, de cómo le resuelven sus problemas, entre ellos salud y educación.
Bajo ese concepto, le interesa poco o nada la realidad presupuestaria del Estado, las deudas acumuladas y las adquiridas, el déficit fiscal, el contexto internacional. En fin.
A lo mejor con el pasar de los años se saque, aunque poco, lo positivo del Gobierno de Lasso.