Asumo un riesgo, cuando pensamos en nuestra propia existencia, valores, éxitos y fracasos; y recordar a los seres queridos que nos dejaron, o aquellos a quienes la vida los llevo por otros caminos y esto supone el contacto con el ser sufriente, sus miserias o grandezas. Sin la muerte no sería posible valorar la vida, la salud el amor, entre otros temas. Solo ante la muerte estamos en contacto con la vida, como una biografía; por lo tanto, estamos ante un comienzo y un fin. Precisamente la vida se constituye en algo irrepetible, que no queremos abandonarlo; y cuando nos recuerdan “el día de los difuntos” nos confronta ante lo desconocido misterioso y cruel, nos coloca delante de nuestro propio fin, ignoramos cuando sucederá; y si lo supiéramos estaríamos demasiado pendientes del tiempo que nos queda de vida.
Las religiones buscan, a través de Dios la mortalidad en los humanos; y los humanos buscamos la inmortalidad de su divinidad, con lo que experimentamos frente al hecho inevitable de que algún día debemos morir, pero confiamos en poder participar de la inmortalidad deseada de Dios. Nuestra razón no aspira a otra cosa. Que es la fe y no las obras lo que salva, que Dios no exige lo imposible, que la vida es la muerte y la muerte la vida.
Sostiene Miguel de Unamuno, que la vida es inherente a la naturaleza humana de hambre de inmortalidad era lo que él llamaba amor entre los hombres, pues el amor seria lo único que vence a lo transitorio eternizando la vida. Y descubrí que la vida es una ilusión y está ligada a la condición de fe; uno debe salvarse, puesto que lo cree. «Creo que la fe salva; luego es verdadera» ¡NO JUZGUEMOS!!! «Decidí enamorarme de la vida, es la única que no me va a dejar sin antes dejarlo Yo” Pablo Neruda. (O)