Los priostes vinieron por miles para festejar a la hidalga Santa. El grupo hotelero y turístico fue ocupado en un 100 x 100 como aseguran los encargados de estas mediciones. Las diferentes entidades lograron un éxito total en todos sus espectáculos y festejos que fueron muchos y variados. Todo estaba atiborrado de turistas felices de sentir la calidez del cuencano y de estar inmerso en una ciudad hermosa y maravillosa, sin violencia ni cárteles de droga, poseedora de carisma y dulzura. Es por esto que Cuenca es única y de las más atractivas a nivel nacional, pues mi amor me repite como un eco, que no existe otra igual. Que mi pulpa interna siente tal cariño por la bella, que nunca se me ocurrió vivir fuera de ella. Cantada por sus ríos, sus aleros, sus poetas, su casco colonial inmejorable, sus iglesias y monumentos, enamora a propios y extraños que la disfrutan extasiados. Todas las almas sensibles y perceptivas valoran cada esquina, cada soportal, cada edificio y nuestro especial cantado, musicaliza sus límpidos cielos y su olor de montaña nos bruñe la cara. Incluso los guijarros del río y las sedientas piedras milenarias de sus causes, llaman a contemplación y poema. Cuenca recostada en valle de colosal lindura, mira enamorada sus montañas, donde espejos de lagunas y de vientos, son sus oropeles y su risa. Por tales donaires, importantes personajes nacidos allende mares, amasan con su tierra el pan para sus hijos mestizos y se quedan felices entre sus faldas. Pueblos satélites llenos de colorido folclor, unos fríos, otros cálidos, abastecen con sobra el deleite de todo transeúnte que prueba potajes propios de cada asentamiento, unos radicalmente indianos como el cuy y muchos otros, delicados platos y guisados montañeses, hermanados de otros sabores en dichosa fusión de otras cocinas.
Cuenca es única. Los corazones morlacos podemos decir con engreimiento, que la cultura y los pensamientos más elevados nos acompañan como entes tutelares. Que aun dentro del desbarajuste político y ratero del Ecuador, el cuencano es honesto y digno, con muy pocas excepciones, que luego de sus trafasías, jamás pueden levantar su cara de miedo de la vindicta ciudadana que no olvidará ni nacidos sus nietos. Tenemos ancestros, unos más, otros menos y los respetamos y con orgullo tratamos de emularlos. La mujer cuencana, soberbia majestad de matronas sin tacha ni escondrijo, supieron y saben esculpir los corazones y madera de sus hijos para que sean futuros hombres y mujeres de quilates, aquí está la clave de nuestra hidalguía.
Cuenca, madre y Diosa, me inclino reverente. (O)