Fiel a su estilo, todo cuanto diga o calle el nuevo presidente Daniel Noboa en su discurso de posesión, previsto para hoy, marcará su gestión durante un año ocho meses.
Los ecuatorianos estamos acostumbrados a oír los típicos discursos floridos, sentimentales incluso, de confirmación de promesas, de llamados a la unión en procura de un acuerdo nacional, de luchar contra esto y lo otro; en fin, de todo cuanto queramos escuchar como quien nos esperanzamos.
A Noboa le llegó la hora de gobernar. Deberá hacerlo con el viento en contra si se toma en cuenta el desequilibrio económico del país, comenzando por el déficit fiscal; la inseguridad traducida en crímenes, narcotráfico, extorsiones; problemas en el ámbito de la salud pública, incluido el IESS; falta de empleo y obligaciones financieras por pagar.
Queremos escuchar al joven mandatario sus primeros planes en el área económica, si bien ha adelanto un proyecto de reforma tributaria encaminado a buscar oportunidades de trabajo, dando algunas ventajas al sector privado, entre ellas bajar algunos impuestos.
Igual, conocer su plan para combatir la inseguridad, sin la cual no hay paz para trabajar, los afectados directa o indirectamente migran, no hay un ambiente pleno para atraer inversiones, peor en este campo si continúan los vaivenes jurídicos.
El apoyo buscado por Noboa para integrar, su movimiento político, la alianza en la Asamblea Nacional, ojalá se traduzca a favor de la gobernabilidad, a ser parte de las soluciones no de los problemas, tampoco a ahondarlos; a pensar en el país, más allá de los intereses políticos, personales, peor de los protervos.
Un profesional joven, académicamente bien instruido, formado dentro de su linaje empresarial, aunque con poca experiencia en la política, especialmente en aquella en la cual se debe dormir con un ojo abierto, asume un desafío enorme, y, con él su equipo de gobierno.
Es una frase común, pero vale citarla: si a Daniel Noboa le va bien, a todos nos irá bien.