Parte de la planificación de las grandes y medianas ciudades es el transporte terrestre.
No se lo hace a “ojo de buen cubero” ni al capricho de quienes, temporalmente, las dirigen. Tampoco por improvisados o supuestos “expertos” sin aval técnico y de conocimientos de las realidades de la ciudad donde piensan hacer su trabajo, peor copiando modelos ajenos.
Desde este domingo se puso al servicio de los quiteños el Metro, un sistema de transporte con el cual se planificó resolver uno de los más grandes problemas de la capital.
Posiblemente no sea la solución definitiva, pero los ajustes a tiempo y de toda índole permitirán su máxima optimización.
Más allá de los problemas conocidos, entre ellos los derivados del celo político o del manejo de los recursos, la obra gigantesca beneficiará a la movilidad, si bien su sostenibilidad en el tiempo dependerá del correcto manejo económico.
El crecimiento de ciudades como Quito y Guayaquil es indetenible. La mayor parte de la migración interna del país se asienta en ellas; ahora la extranjera. Lo ha sido siempre.
En consecuencia, la necesidad del transporte público es un apremio. Con mayor razón en Guayaquil, donde proliferan los barrios marginales. Su cercanía con otras ciudades, con Durán, por ejemplo, constituye un enjambre insalvable, y por ello el fracaso de la Metrovía; y ahora la disputa por ver a cuál le corresponde construir el “Quinto Puente” o Viaducto Sur.
Con las diferencias del caso, Cuenca también requiere, y de manera urgente, una verdadera planificación en materia de movilidad y, paralelamente, de otros medios de transporte público.
En la ciudad cada vez empeora el caos vehicular, no hay grandes vías de desfogue, el crecimiento urbano va en auge, prácticamente se ha unido a las cabeceras parroquiales rurales, el acceso sur es un embudo, los sistemas de transporte como el tranvía y el de los buses no logran integrarse, mientras cada año se incorporan al parque automotor entre 8 y 10 mil vehículos.