Nunca es tarde

Navidad la llevamos dentro. Quienes creemos en ella solemos prepararnos, de alguna forma, para conmemorar ese misterio cada veinticinco de todo diciembre. Los misterios, por ser tales, seguirán siéndolo, pero al intentar descifrarlos nos acercamos a esos instantes maravillosos que recibieron a Dios convertido en un pequeño niño. Todo misterio guarda una fuente de búsquedas y de respuestas: que un Dios se hizo hombre para redimirnos es una muralla donde se estrellan mentes perspicaces que no alcanzan a comprender aquello que inquieta a la humanidad; nuestros campesinos, cholos o montuvios, en la sencillez de sus ´día a día´ comprenden mejor que nosotros el milagro de quien un buen día se hizo niño para visitarnos y quedarse un buen tiempo entre nosotros, caminando por nuestros senderos y regalándonos amor y paz.

Pues bien, aquí estamos de nuevo a las puertas de Navidad. El mundo en general, Ecuador de manera preferente, anhela la paz, la sencillez del pesebre, la confianza de José y aquel ´hágase tu voluntad Señor´de María. Nacimos cristianos. Quienes llevamos unas décadas de existencia sobre las espaldas sabemos que nuestros mayores nos legaron enseñanzas y aún recordamos que esos principios y normas fueron los códigos que tutelaron nuestro desarrollo personal, familiar y comunitario. Hoy empezamos a creer que esos parámetros se perdieron y que esas costumbres no se transmitieron porque vemos crecer una juventud insensible a lo espiritual, ajena a sentimientos cercanos a la ternura y a la cordialidad. No son choques generacionales, que siempre los hubo. Hoy no se trata solamente de carencia de brújulas, sino de una pobreza de contenidos que faciliten caminar hacia la unión de voluntades como instrumento para múltiples conquistas benéficas.

Es menester, con ocasión de estas fiestas navideñas, revestirnos de fe y valor para que con decisión integremos un escuadrón dispuesto a nadar contra corriente porque hoy el robo ha sustituido a la honradez, la violencia a la cortesía, el pillaje a la ley, la brusquedad a la delicadeza, la desfachatez al honor, la zapada a la verdad.

Reconstruir un país es más difícil que construirlo: para reconstruir hay que destruir lo viejo y eso duele y tiene un costo. Yo anhelo que en estos días que anteceden al fin de año y en los meses que están por llegar nos decidamos, al menos, a devolver la cara que tenía Ecuador hace tres y cuatro décadas. (O)

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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