Cada uno y cada quien cree ser el portador de la verdad. En estos días de consulta popular y de un nuevo estado de excepción para hacer frente a la sangrante inseguridad que nos define, tanto ciudadanos comunes y corrientes, como expertos en derecho, constitucionalistas, analistas políticos, columnistas de opinión y otras personas, opinan tan seguros de sus criterios que hasta los exponen burlándose de los que discrepan con ellos, descalificándolos con todo tipo de argumentos, mostrando una supina petulancia y evidenciando la vigencia nacional de pequeños egos inflados, incapaces de coincidir con nadie. Fatuos.
Vivimos un frenesí de negatividad y de queja por lo que se hace o se deja de hacer. Cada uno y cada quien busca ser más ácido y descalificador del criterio de los otros, porque él o ellos sí saben y los otros no. Es el regodeo simplón y el estulto jolgorio pseudo intelectual. Así hemos sido tradicionalmente y los pontificadores actuales de la verdad no son sino versiones contemporáneas de los de su misma especie que siempre han existido… y aquí estamos. Rotos. Con la novedad de que los que viven al margen del estado de derecho, los delincuentes, ahora también arengan en nombre de sus valores y principios.
La negación permanente, ruidosa y masiva que proviene de esos insulsos egos parlantes respecto a cualquier propuesta que no provenga de ellos, es el escenario idóneo para que otras verdades, defendidas con igual fervor, surjan de delincuentes que al igual que los otros, son incapaces de adherir a una idea que no sea suya.
Es mucho más eficiente para superar la inseguridad, que coincidamos en una propuesta así no sea tan brillante ni depurada, porque el reino de los intransigentes egos que nos inmoviliza, es el ideal para los despiadados fines de los bandidos soliviantados. (O)