De las diversas cárceles del país fueron liberados los guías penitenciarios y servidores de otras áreas, tras sometidos y tomados en calidad de rehenes por los prisioneros durante las horas de terror vividas entre el lunes y martes de la semana anterior.
La libertad es uno de los valores más preciados del ser humano. Conculcarla, amenazarla incluso con la muerte, es uno de los actos más despreciables.
Los retenidos, según sus testimonios, pasaron horas de pánico, hambre y angustia, al desconocer sus destinos. Similares sufrimientos enfrentaron sus familiares y demás ecuatorianos, absortos y llenos de indignación al ver cómo el Ecuador cayó al fondo como consecuencia de la inseguridad a manos de los grupos de delincuencia organizada, ligados al crimen, narcotráfico, secuestro, “vacunas”, si bien los capos mayores, digamos los dueños del negocio sucio, los “patrones” de los carteles, quien sabe por dónde andarán.
La mediación de la iglesia católica en algunos casos, la fuerza táctica y disuasiva ejecutada por el Ejército y la Policía, permitieron a los rehenes recuperar su libertad y abrazarse con los suyos.
Eso sucedió, por ejemplo, en la cárcel de Turi, en cuyas celdas, como ya es costumbre, las fuerzas del orden decomisaron televisores plasma, celulares, radios, parlantes, refrigeradoras, armas blancas y otros objetos.
La pregunta jamás respondida con transparencia es: ¿cómo ingresan esos artículos, armas y hasta droga? Sin duda por la complicidad, la amenaza y la compra de conciencias. ¿O no?
La declaratoria de guerra interna y el uso letal de las armas, de ser necesaria, más otras acciones, ojalá les permitan al Estado retomar el control definitivo de las cárceles.
Empero, eso será insuficiente – apenas un paso importante- si no se reestructura el organismo administrador de esos “antros” del mal, y se limpia toda la corrupción carcelaria, amalgamada con la judicial y la política. El camino es largo.