Como ocurre en los países densamente poblados, la realidad demográfica del Ecuador está dando un giro radical y debe preocupar.
Eso se desprende de las declaraciones del director del INEC, Roberto Castillo, al difundir más datos del Censo de Población y Vivienda efectuado en 2022.
Producto de una tendencia acorde con los tiempos modernos, cada año hay menos nacimientos en el país; pero, a la inversa, crece la población de adultos mayores, e igual su expectativa de vida, con más incidencia entre las mujeres.
Se casen o no, actualmente la mayoría de parejas no tiene como meta inmediata, ni siquiera a corto plazo, tener hijos.
Además, se unen o se casan sobre los 33, 35 años de edad, o más inclusive, en cuyo caso la edad fértil de la mujer, por cuestiones de salud también, apenas le da para concebir un solo hijo.
Entre otras opciones de vida, prefieren la preparación académica, incluso yendo al exterior, a fin de obtener un trabajo bien remunerado.
Estadísticamente, Ecuador requiere una tasa de 2,1 nacimientos por cada mujer. Esto permite reemplazar a los padres y a mantener estable la población. Pero con los antecedentes anotados será difícil de lograrlo.
“Los datos arrojados por el INEC deberían convertirse en un insumo para la implementación de nuevas políticas”, advierte su director.
Cada vez será menor el número de niños y niñas; por consiguiente, de alumnos. Así, si en 2020 se registraron 3,2 millones de estudiantes entre 5 y 14 años, para 2050 serán 2,4 millones.
Si en 2013 hubo 658 mil niños menores de dos años, en 2022 se redujo a 532 mil, y mucho menos todavía en 2028: 509 mil.
Asimismo, los habitantes entre 18 y 29 años de edad se reducirán a 3 millones frente a los 3,7 millones de 2020.
El Estado debe tomar con seriedad lo expresado por Castillo: incentivar las carreras universitarias vinculadas con el cuidado de los adultos mayores.
La frialdad de los datos del Censo no debe quedarse en la simple estadística.