Por su personalidad, cautivante como pocos. De su humor, una chispa era suficiente para alegrar el día. Callado quien como Él. Es decir, hablaba cuando era necesario, lo justo y preciso; mientras menos, mejor; pero esas pocas palabras, mirando a los ojos, bastaban para saciar cualquier inquietud, encontrar la respuesta precisa, incluso aquel monosílabo difícil de pronunciarlo: no.
Al comenzar a ejercer el “oficio más lindo del mundo”, hacía más de cuatro décadas, conocer a aquel ser humano fue un buen augurio. La empatía se produjo al instante. La mano de este larguirucho estrechaba la poderosa del hombre cuyas proezas físicas su querida Cuenca lo sabe, ni se diga sus aportes, invaluables, en el periodismo gráfico; a la cultura popular, a la comunicación en general.
¡Ah!, qué decir su don para hacer amigos; pero también de increpar de frente si veía o se enteraba de un desliz; de virar la esquina si notaba que algo no cuadraba con su personalidad.
Lo escribo porque lo atestigüé. Es más, porque nunca faltó el consejo oportuno, expresado con esa voz profunda, salida de su pecho atlético, junto con el abrazo certero.
Compartimos tantas y tantas jornadas periodísticas, una que otra bohemia en la Unión de Periodistas del Azuay; reímos con sus ocurrencias; eso sí, como solía decir, expresadas “sabiendo con quienes estoy”.
Sabía tantas cosas, hechos poco divulgados, vaivenes, traiciones y “meteduras de pata” de tantos, tantos, sobre todo de los políticos; de su paso por la función pública de personas con poder social, económico y hasta religioso.
De ellos me confesaba apenas un veinte por ciento, o menos; llevaba su índice a la boca, se daba la media vuelta y se iba. Así que me dejara “con la pica” lo entendía, porque nos han dado dos ojos, dos oídos, pero una sola boca, y es para que viendo y oyendo el doble, digamos solo la mitad. Si es posible menos, decía Él.
Quizás ahora lo traicione al revelar que me contaba “casos y cosas”, pero le seré fiel al no citar nombres, ni ahora, ni nunca.
Por el tráfago del día a día, posiblemente pocos lo intuían; pero cuántas veces lo “pillaba” buscando el mejor ángulo para fotografiar hasta los recovecos de su Cuenca, de su gente, de las iglesias, de los puentes. En fin.
Ahora se ha ido para ser parte del infinito. Es posible que en los últimos años o meses nunca supo que se estaba yendo; es más, que sabía que existía. Pero se ha ido.
Se ha ido Don Vicente Tello Tapia, cariñosamente conocido como “Don Vichi”. De sus tantas virtudes la que más valoro es su HUMILDAD, una virtud, como la gratitud, en decadencia.
Nunca habrá olvido hacia Él. Y por eso seguirá vivo. (O)