El 22 de febrero se conmemoró la muerte de uno de los poetas españoles más admirados del mundo entero. Antonio Machado no sólo alcanzó popularidad por la calidad de sus versos, sino también por su incuestionable humanidad. En varias ocasiones fue definido como un “hombre bueno”. Nació en Sevilla en 1875. Años más tarde se mudó con su familia a Madrid. Tras la muerte de su padre se volvió parte de los bohemios de la capital española de finales del siglo XIX. En 1899 viajó con un hermano a París. En la editorial Garnier, trabajaron como traductores. En 1903 publicó “Soledades”. Una serie de poemas que compuso entre sus viajes de París a Madrid.
Conoció al que fue el gran amor de su vida en 1907, Leonor Izquierdo. A pesar de la diferencia de edad -él tenía 32 años, ella 13- quedó embelesado con la joven. Cuando tuvo la certeza de que era correspondido, acordó con la madre de la muchacha que esperaría hasta que ella tuviera la edad legal para casarse, que en aquel entonces eran 15 años. Contrajeron matrimonio en 1909. Tres años más tarde, la esposa del poeta falleció, dejándolo devastado.
En 1912 publicó Campos de Castilla. En esta obra se encuentra su famoso poema “Caminante no hay camino”. En 1924 publicó Nuevas Canciones y fue elegido miembro de la Real Academia Española. En esa época conoció a Pilar Valderrama, poeta de la alta burguesía de Madrid que se convertiría en su musa. La inmortalizó en sus últimos poemas de amor bajo el nombre de Guiomar. En 1931 el gobierno republicano le otorgó una cátedra de francés en Madrid.
Siendo un firme partidario de la República, se vio obligado a huir de la capital española tras el estallido de la Guerra Civil en 1936. En 1937 salió a la venta “La Guerra” que sería su último libro en vida. En 1938 salió de Barcelona en una caravana interminable de españoles anónimos que huían de su patria. Se refugió en Francia con su madre. Ambos estaban muy enfermos. Se instalaron en una posada donde el 22 de febrero de 1939, a la espera de una ayuda que nunca llegó, uno de los poetas más queridos de todas las épocas, exhaló su último suspiro.
Su vida fue un espejismo del poema que lo inmortalizó. “Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.
El hombre bueno legó a la comunidad lectora estelas de versos y reflexiones trascendentes sobre la existencia humana. Sin duda alguna, es uno de los poetas más leídos de todos los tiempos. (O)