Y es que el discurso de género se vuelve bonito y conmovedor cuando todo está en equilibrio en nuestra zona de confort, más aún si nos encontramos en un espacio propio para llegar a quienes muy posiblemente les persuadimos de ello; sin embargo, basta con que una de nosotras busque y exija algo conforme a los derechos y en derecho para que quienes se rasgan las vestiduras cambien de inmediato su actitud. Lo he visto en varias ocasiones y en distintos escenarios y al parecer resulta cierto eso que tus amigas te quieren ver bien pero NO mejor que ellas.
En este punto y ante hechos que los veo pasar a manera de recorrido normalizado, si no es por temas de género que por “naturaleza implícita” deben abrazar la ideología misma de la empatía y la sororidad, al menos hagamos que el primer principio humano prevalezca y que el amor hacia el prójimo se refleje en el comportamiento cotidiano, más aún cuando a todas en algún momento nos vulneraron algún derecho.
Esta es una de las tantas realidades que las mujeres por prudencia, sensatez, miedo y demás, no hablamos; a ninguna nos gusta hablar sobre las piedras con las que nos tropezamos en el camino y que casi siempre nos dejan heridas que nadie las puede ver; realidades tan complejas como dolorosas; y, realidades que en distinta intensidad nos toca afrontar a todas; entonces, si cada una tiene su historia es merecedor que a esas historias les pongamos un final feliz.
Seamos parte de ello, de ese final, más no seamos una piedra más. (O)