Hoy, imaginarse que la gente deje sus casas para exigir que se venda sal en Cuenca puede llegar a ser una situación ilusoria. Pero, hace ya mismo cien años, un 19 de abril de 1925, indígenas y obreros enardecidos se reunieron en el Parque Calderón para exigir a la gobernación que se les entregue sal.
Lo que empezó con reclamos y gritos terminó por convertirse en una revuelta que dejó heridos, saqueos y un hecho que sería recordado como la huelga de la sal.
El Mercurio, que llevaba circulando un poco más de cinco meses en Cuenca, registró el antes y el después de un evento que reunió a docenas de hombres y mujeres en los alrededores del Parque Calderón.
Para entender el hecho hay remontarse semanas antes al 19 de abril de 1925. Un invierno largo provocó daños en las salineras de la Costa. Estos espacios proveían de sal a Cuenca a través de un empresario que entregaba la sustancia a la Colecturía.
La falta del producto, por un lado, provocó el desabastecimiento en la pequeña ciudad, y, por el otro, ocasionó que los revendedores que sí tenían la sal subieran su precio exageradamente.
En una carta que envió el comisario municipal al gobernador se especificó del particular que estaba viviendo Cuenca. El texto se publicó el 11 de marzo de 1925 en El Mercurio.
“…en la Colecturía Fiscal hay absoluta carestía de ese artículo de primera necesidad, lo que ha dado margen para que los revendedores suban a cuarenta centavos la libra del precio normal que es de veinte centavos”.
La especulación llevo que las autoridades sancionaran a aquellas personas que estaban vendiendo la sal con precios elevadísimos.
Por ejemplo, en la primera semana de abril de 1925, dos mujeres fueron juzgadas por haber alterado el precio de la sal. Como castigo tuvieron que pagar una multa de seis sucres y pasar un día en prisión.
Antesala de la huelga
Hubo dos momentos que presagiaron lo que iba a suceder el 19 de abril de 1925. Dos semanas antes de la huelga, indígenas arrebataron quintales de sal en Cañar. La sustancia tenía como destino Cuenca, y sin embargo, la necesidad provocó los robos.
Un segundo momento ocurrió en las afueras de la gobernación, en Cuenca, según los registros de diario El Mercurio.
“Desde cuando la sal comenzó a ser un artículo de lujo, todos los días una turba más o menos compacta se arremolinaba en los portales de la Gobernación demandando, o bien boletos o bien sal; la policromía de los ponchos y las sayas invadía el Parque Calderón en un ir y venir de gentes hambreadas”, se escribió.
Es decir, de a poco las gentes se iban sumando hasta que empezaron los desmanes la tarde del 19 de abril.
Sal o sangre
Lo que llevó a los desmanes fue un empujón. En medio del bullicio, un soldado de la gobernación empujó a un hombre, quien, para evitar la caída, asió la bocamanga de su agresor. Fue entonces que sonó un disparo de fusil.
Gran parte de las personas que se habían reunido se dispersó, pero los indígenas y los obreros optaron por mantenerse en el lugar. Una vez más se volvió a disparar al aire, pero la gente se había cansado de esperar sin resultados. Todos gritaban: ¡sal, sal!
En medio del tumulto se asomaron dos hombres del gobierno, quienes cargaban quintales de sal. Un grupo de individuos aprovechó la ocasión, y con cortaplumas abrieron los sacos. Las personas se lanzaron al piso para recoger la sal.
“Era de ver entonces cómo la muchedumbre, en loco tumulto, se arrojaba a recoger los requeros de sal que iban quedando en las calles: no parecía sino que sobre el nada limpio empedrado de nuestras carreteras se hubiere extendido una alfombra de oro”, se narró en El Mercurio un día después de la huelga.
“Sal o sangre” se gritó en el centro de Cuenca, y entonces las personas se volcaron a las tiendas de abarrotes y armaron sendos saqueos y alborotaron los espacios.
El gobernador, y grandes oradores, como Remigio Tamariz Crespo, Aureliano Vázquez y Francisco Cisneros, trataron de apaciguar la huelga. Pero nada sirvió. La gente se había cansado de la falta de la sal.
Resoluciones tras la huelga
Tuvo que ocurrir semejante hecho para que los cuencanos volvieran a tener en sus hogares sal. Tras la huelga, se tomaron algunas medidas, como suprimir la Colecturía y empezar a vender la sal entre los niños de las escuelas y las corporaciones de obreros.
En una editorial de El Mercurio se explicó que si se tomaban las medidas cuando empezó a escasear la sal en Cuenca, la huelga no hubiera existido. Sin embargo, el hecho ocurrió y demostró, una vez más, que a la ciudad no se la podía doblegar. (I)
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