Que la emoción es más fuerte que la razón, no es nada nuevo. Lo nuevo es que la emoción sea el instrumento de la acción democrática. Ahora es más conveniente hablar de emocracia, que no hace referencia a la novela política que soportamos cotidianamente, sino a las condiciones estructurales en las que se sostiene la gestión de lo público. En la emoción no hay posibilidad de disenso porque no hay reflexión crítica. La certeza de la emoción es absoluta y siempre está en lo correcto. Esta posición, desde luego, conduce al fascismo, tanto en sus resultados como en sus performáticas. Por eso los políticos tienen que tomar clases de canto, de baile, de teatro, etc., más convenientes a la hora de influir en un electorado virtual adicto al melodrama. En un nivel más patético por supuesto tenemos la apelación a la ganancia, al sentido de pertenencia, a los valores y principios (nunca se sabe cuáles y tampoco importa) y en suma, a la más cruda y carnal satisfacción. Y la izquierda, “intelectual y progresista”, también cae en esta trampa cuando pide a la ciudadanía ¡que nos indignemos!, para que luego las cosas sigan igual, o peor. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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