La libertad se construye desde dentro, se cimienta sobre el equilibrio entre la humildad y el orgullo, cuando la dignidad se convierte en plataforma de relación que se ejerce desde la solidaridad como actitud.
Libertad como fundamento de ejercicio del derecho de autodeterminación que se significa en la capacidad para trazar la línea y recorrer el camino. Libertad como camino hacia la fraternidad en la igualdad, libertad como condición irrenunciable en la constitución del pacto social.
En este contexto la libertad demanda un proceso que construye y se construye desde dentro, entendiéndonos como contenedores de algo superior que camina hacia su propia manifestación: camino en el cual, cada prueba, experiencia o reto constituye el fuego que cuece nuestra esencia superior, el fuego del arbusto que arde sin quemarse, el fuego que desciende como verbo y prende la mecha de la sabiduría.
Una vez liberados hay que aprender a ser libres; la tradición judía da cuenta de cómo, cincuenta días después del éxodo libertario, Moisés asciende al monte y en el recibe, de manos de su libertador, las tablas de la Ley, los diez mandamientos que sustentan el credo en el viejo testamento y que son, hoy, base y pilar constitutivo del código moral católico.
Avanzando en el tiempo el Pentecostés se resignifica como el periodo de cincuenta días tras los cuales el Espíritu Santo (tercer miembro de la trinidad católica), desciende sobre los apóstoles del Cristo, ungiéndolos en la sabiduría de los misterios crísticos y legándoles la tarea de llevar el evangelio a todos los confines de la tierra, marcando así, desde la tradición cristiana, el nacimiento de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Pentecostés es el camino que recorremos desde la redención libertaria de la conciencia (desde la resurrección de los propósitos y compromisos trascendentes), hacia el encuentro con nuestra propia luz interior que nos proyecta, Pentecostés entonces es transformar la conciencia para emerger renovados. (O)