En mi vida estudiantil y poco después también, me causaba admiración por las personas a quienes los endosaban el calificativo de intelectuales; nombrarles así a ciertos profesores de la academia o fuera de ella, era granjearse la simpatía y unas notitas adicionales. Curioso de la palabreja y de lo que ella trascendía, acudí a bosquejar su sentido, desglosando primero su origen y esclareciendo a través de diferentes disciplinas.
Encontré que la inteligencia no es algo que tiene una persona, sino la descripción de su comportamiento en función de criterios fijados previamente. Por eso es mejor utilizar el calificativo “inteligente” o su adverbio “inteligentemente” en vez de inteligencia, sustantivo del cual deriva el ostentoso intelectual, palabra que se lo trasfieren a académicos, artistas, escritores, historiadores y a otros que no crean nada nuevo sino repiten lo aprendido.
Desde entonces no me gusta el remoquete “intelectual” y cuando algún educando despistado y a borde de reprobar así me calificó pidiendo indulgencia, el rubor y las fasciculaciones cundieron en mí, porque esta palabra sobredimensiona a las personas en sus capacidades que yo no las tenía. Claro que todos somos intelectuales, pero con coeficientes diferentes y dones mentales para elaborar ideas, reflexionar sobre ellas, razonar, prever, imaginar, crear, aprender… lo que se llama pensamiento.
Me reenvían un artículo de un historiador del que dicen es un “verdadero intelectual”, condecorado por un gobierno y desde entonces plumífero de su gestión. Recaban que él tiene memoria, a lo que respondo que ésta es subjetiva y por tanto “memoria individual”, en oposición a la “memoria histórica” que así parezca un oxímoron, los hechos y las cosas son lo que son, inapelablemente, y eso es historia. La memoria personal solo sirve como material del historiador para abonar a la historia.
Lo que diga la “memoria individual” no se compadece con la “memoria histórica”, por lo que la responsabilidad del historiador debe ser revisionista, es decir examinar la historia, no sólo a través de su memoria individual sino la colectiva y así encontrar certezas aceptadas por los demás y proponer una interpretación del pasado acorde con los conocimientos y experiencias del presente.
Ciertos historiadores practican escritos sesgados, publicando versiones actualizadas de los infundios de populismos atroces. Y eso no está bien, porque ellos tienen que desmontar sus rebosamientos de gratitud y describir antes que narrar, de conformidad con la realidad, en un intento de acercarse a la verdad como proponía K. Popper. (O)