El título de este artículo es el nombre de un poema de Hesíodo que data de 700 a. de C,
célebre por su aportación a la condición humana, cuya realidad es la limitación de sus
facultades y por tanto requiere de los bienes y servicios para que la vida sea llevadera en
términos de satisfacción física, psicológica y espiritual, por eso nos llama a la reflexión y hace
pensar en que somos barro con la chispa divina para tomar consciencia de las realidades que
nos conforman y son el motivo profundo de superarnos en constante perfeccionamiento.
A ese tiempo ya se comprendió la relación definitiva y holística del hombre con la naturaleza,
el hecho de cultivar la tierra con las manos y el arado es un destello de apertura a los cambios
intrínsecos que en el día a día se suceden.
Trabajar y disfrutar de cada minuto de existencia es una condición connatural que nos
acompaña inexorablemente, así es y será mientras nos aliente el Élan vital.
Ya para ese tiempo el término “cultivar” resulta ser tan nuestro, sin él, no podemos imaginar el
proceso de la actividad social en la que debemos cumplir el deber de ser útiles a los demás y a
nosotros mismos, con el sentido existencial de sabernos responsables de vivir a plenitud en el
disfrute de sentir la vida, cumpliendo un papel indelegable que se realiza socialmente con los
“otros” siendo un atisbo del porvenir, que pasa por un tiempo de inflexión, al valorar a
nuestro “yo íntimo” coadyuvando al bienestar de la familia y del mundo en el que nos
realizamos.
Hoy el trabajo es un derecho y un deber social de todos
Vale la pena leer este poema, escrito con la sabiduría de un visionario que nos ilustra con sus
ideas. Es un didacta que ilumina los siglos de la cultura universal. (O)