Los seres humanos estamos interactuando permanentemente. Reflexionar y evaluar esos momentos de interacción tiene que ver con la responsabilidad emocional en la medida que mediante el análisis nos hacemos conscientes de las influencias mutuas que generamos y esto porque no somos seres independientes, sino seres interdependientes. No puede comprenderse un solo ser humano que exista fuera de una comunidad, el concepto en sí mismo es imposible, y no obstante, el mito de la autosuficiencia del individualismo neoliberal, obnubila tanto la importancia de los otros para nuestra vida, como la de nuestra vida para los otros dentro de un plano complejo de libertad e igualdad. No es posible generar relaciones libres sin que estén mediadas por la implícita relación de igualdad, así como no existen relaciones entre iguales que no tengan como condición la libertad. Pero ni la libertad es el abandono y la negación de lo social, ni la igualdad es la aceptación irrestricta de los parámetros sociales. En el fondo se trata de un juego de equilibrios basado en el interés de la convivencia, interés que se ve afectado precisamente por el paradójico solipsismo al cual nos aboca la sociedad de la hipercomunicación, de la financiarización automática y de la inteligencia artificial, que nos evitan el “incómodo” y estocástico trato con los otros, en otras palabras, nos evitan la aventura de la vida. Pero claro, ¿quién necesita vivir cuando la vida se reduce a producir, consumir y defecar? (O)
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