Si no en lo ridículo, sí en lo banal, han caído en estos días los presidentes de la República y de la Asamblea Nacional, en su orden, Daniel Noboa y Henri Kronfle.
El Ecuador tiene graves problemas, comenzando por el de la seguridad ciudadana, seguido de la crisis eléctrica, la falta de trabajo, en especial para los jóvenes; igual el de la Seguridad Social, entre otros tantos.
Esos deben ser los temas sobre los cuales Noboa y Kronfle, cada uno dentro de sus competencias, deben debatir, consensuar si es posible, plantear soluciones viables; es decir, dar la cara al pueblo, de por sí, cansado y harto de verlos enfrascados en rencillas de poca monta, bronqueados por la chismografía política y los enconos, como si fueran dos ciudadanos de una barriada, donde se pelea y se discute por todo y por nada.
Los ecuatorianos deben estar impávidos de escuchar acusaciones y desmentidos; las acciones inaceptables con las cuales el uno trata de imponerse al otro, o las actitudes veladas tras las cuales se esconderían otros intereses.
Ni por los matices, todo aquello no constituye una pugna de poderes; peor una polémica sana cuyo denominador común sea el interés nacional.
El ambiente preelectoral, sin duda, saca al ruedo a la clase política, en este caso, a la representada por aquellos actores, el uno demostrando poco talante estadista; el otro, revelando cuan liviano le resultó el cargo.
El interés electoral y, por consiguiente, el de captar el poder, desde ya están guiando los pasos, incluso los dados en falso tanto por el Ejecutivo como por el Legislativo, ni se diga las grandes decisiones.
Un presidente candidato enfrentando los embates de sus adversarios, sobre todo los propinados desde la Asamblea, es el meollo de las rencillas entre Noboa y Kronfle. El primero, contando con voceros “arma fuegos”; el segundo respondiendo y retando por sí sólo, es decir, cayendo en la provocación.
Un triste espectáculo. Con esto nada gana el país.