Mauricio Atamaín Antuash pensó en algún momento ser sacerdote. En el proceso sintió que no tenía esa vocación. Al poco tiempo empezó a cumplir uno de sus grandes sueños: viajar y conocer diversos países.
Era buen futbolista, un delantero con olfato goleador. Jamás imaginó ser un referente de la lucha olímpica ecuatoriana.
Nació en Limón Indanza, cantón de la provincia oriental Morona Santiago. Tenía 10 años cuando llegó a Cuenca con un grupo de amigos a estudiar en el Colegio Orientalista Salesiano, dedicado a formar sacerdotes. Pasó dos años internado.
Hoy piensa que fue una excusa para salir de casa y explorar el mundo. “Desde muchacho quería viajar. Incluso me escapé de la casa algunas veces. Gracias a Dios el Oriente es tranquilo, entonces nunca me pasó nada”.
En el Colegio Febres Cordero empezó a destacar en los campeonatos estudiantiles de fútbol. “Como era grandecito y bien parqueado” los profesores de Educación Física le motivaron a competir en el intercolegial de lucha.
Inicio y retiro en la lucha olímpica
Al conseguir podio fue parte del grupo de jóvenes que captó Carlos Chica para que entrenen en la Federación Deportiva del Azuay (FDA) con una beca de estudios en la UNEDID.
Fue el inicio de una carrera exitosa que la cerró en 2013, a los 37 años, con una medalla de plata en 66 kg durante los IV Juegos Nacionales Absolutos de Cuenca.
“Llegué a un cansancio mental. No quería saber de competir. Empecé a practicar lucha desde 1995 y fui seleccionado de Ecuador desde 1996…».
«A veces las personas se acostumbran a que los deportistas traigan siempre resultados, piensan que somos unas máquinas, no ven la parte humana. Yo ya casado, con hijos…”.
Otro factor que le molestó fue el trato dirigencial. “Si no ganábamos, nos decían: eres malo, ya estas viejo y cosas así, mentalmente me acabaron”.
En los viajes experimentó en carne propia como los dirigentes se daban la buena vida mientras los deportistas dormían en los aeropuertos.
Logros deportivos de Mauricio Atamaín
Atamaín resalta la guía de excelentes entrenadores en su carrera deportiva. Uno de ellos fue el cubano José Antonio Limonta. Tenía apenas 4 meses de práctica cuando le llevó a un campeonato nacional absoluto con 16 años.
Contra todo pronóstico se hizo de la medalla de bronce. Luego obtuvo la medalla de oro en el campeonato nacional juvenil que le catapultó a la selección nacional.
En ese momento, se deslindó totalmente del fútbol porque empezó a viajar y a conocer diferentes países, algo que soñada desde pequeño.
Como juvenil obtuvo las medallas de bronce en las modalidades libre y greco durante el Campeonato Intercontinental en Palmira, Colombia. Después, por la edad, no pudo ir a los Juegos Bolivarianos de Arequipa 1997.
Fue parte de la selección de lucha azuaya que en los Juegos Nacionales de Esmeraldas 1996 hizo historia al conseguir por primera y única vez el título por equipos.
Fuera del país sumó dos medallas en Juegos Bolivarianos y cuatro en Juegos Sudamericanos. En 2006, con la guía técnica de Oswaldo Granda, se convirtió en el primer luchador ecuatoriano en conseguir podio en un campeonato panamericano absoluto.
Fue en Brasil donde obtuvo la medalla de bronce en 60 kg greco tras enfrentarse a rivales de Cuba, Chile y Canadá.
Las secuelas del alto rendimiento en lucha
Antes los luchadores debían entrenarse para competir en ambas modalidades. Atamaín se dedicó a la libre cuando ya no pudo competir en la grecorromana al desarrollar dos hernias de disco.
“A veces no puedo dormir, se inflama el nervio ciático, molesta las rodillas, las pantorrillas, la pierna, pero bueno, vivimos con ello…».
«El deporte de alto rendimiento es eso, mucho sacrificio, mucho dolor durante el proceso, y cuando se retira del deporte continua las secuelas, pero me siento muy alegre con lo que hice y he logrado”.
Uno de los momentos más difíciles que superó fue en 2001 mientras se preparaba para ir al Mundial de Moscú. “Hice un mal ejercicio y me quedé 6 meses en cama, no pude moverme”.
De regreso a la alta competencia alcanzó la medalla de plata en los Juegos Sudamericanos de Brasil 2002, una de las primeras registradas por un ecuatoriano en dicho certamen multideportivo.
Actividades para sobrevivir en el deporte
Atamaín menciona a Ernesto Cañizares y a Eduardo Encalada como pilares fundamentales para mantenerse en el deporte. A fin de que pueda ayudarse con los gastos le dieron trabajo en la FDA con la facilidad del caso para que pueda entrenar y estudiar.
Ingresó al ente federativo como conserje del propio gimnasio donde entrenaba. Después, al estudiar medicina deportiva, se vinculó al área de fisioterapia con Marcelo Avilés.
En 2012 pasó a administrar el gimnasio de la FDA hasta que decidió tomar otro rumbo tras 26 años de servicio.
Con el surgimiento del Plan de Alto Rendimiento (2010), los deportistas reciben apoyos económicos que les permite dedicarse 100 % al deporte y ayudar a sus familias.
Antes tenían que apelar a otros mecanismos de sustentación. “Puedo decir que me he sacado el aire para lograr lo que logré en el deporte. Invertí bastante dinero de mi bolsillo para entrenar, viajar, comprar implementación y competir en otros lados”.
Si bien Atamaín percibía sustentos económicos del Comité Olímpico Ecuatoriano (COE) y de la misma FDA, tuvo que buscar otras actividades para llevar el pan a su casa. Fue mesero en una discoteca, pintor e incluso árbitro.
Reconoce que en 2002 pudo hacer el trámite para la beca vitalicia como medallista de Juegos Sudamericanos, pero “en la vida hay que ser honestos. Recibía plata del COE, de la FDA y no estaba bien percibir otro dinero”.
La familia es prioridad tras su retiro
Cuando se retiró de la lucha, con otras exglorias deportivas, tramitó la beca vitalicia durante la presidencia de Rafael Correa. Hasta ahora no tiene respuesta.
“Nosotros que representamos 20 años al país, rompiéndonos rodillas, dedos, orejas y tanta cosa no nos reconocen, mientras hay otros que por estar dos, tres meses siendo presidente o vicepresidente reciben 5.000, 6.000 dólares, que injusta que es la vida”.
En la actualidad Atamaín comparte sus conocimientos a deportistas de lucha, MMA y jiu-jitsu en el Club Judoka, de Iván Morales.
También aprovecha el tiempo libre para compartir actividades con sus dos hijos, algo que no pudo hacerlo cuando era deportista activo. Su hija mayor, Gabriela, es psicóloga clínica; su hijo menor, Isaías, estudia en La Salle.