Frente a una bufonada de abanico presidenciable, lo menos que puedo es expresar mi sorpresiva molestia por ser una vez, objeto de burla y de indecorosa complicidad de un proceso electoral más allá de botarate.
Estoy de acuerdo que, en política incluso podría ser sano y oxigenante nuevos rostros; así como, hay contadas excepciones que nos podrían representar bien, pero me pregunto ¿Qué pasaría si los requisitos para ser máxima autoridad de un país y/o legislador/a de un estado, tendrían equivalente y exigente rigurosidad a un concurso de méritos y oposición, aclarando que este sea un proceso transparente y libre de corrupción; por ejemplo: ¿Posee formación de tercer nivel?; ¿Posee formación de cuarto nivel con mención en la “cosa pública?; ¿Cuenta con experiencia laboral de cinco años en la función pública?; ¿Tiene al menos tres procesos de formación complementaria en materia estatal entre 40 a 200 horas de aprobación?; ¿Cuenta con experiencia como expositor, conferencista, docente, asesor, etc.?; ¿Cuántas publicaciones científicas tiene bajo su autoría?; ¿Ha estado o está vinculado en procesos judiciales por delitos contra la eficiencia de la administración pública; contra el derecho al honor y buen nombre; violencia contra la mujer o miembros del núcleo familiar; contra la integridad sexual y reproductiva y/u otros que afecten su buen nombre? en fin, sobran preguntas y restan respuestas.
Me cuesta tanto entender que en plena era de la IA aún tengamos leyes tan obsoletas cual norma alcahueta de vil mediocridad. Nuestro país está para mucho más, pero somos tan predeciblemente conformistas que, de seguro y dado el momento, incluso algunos dudarán por quién votar… (O)