Uno de los tantos viajes de la cotidianidad me sorprendió con un inusitado y enorme cinturón de fuego en la zona de Guápulo y los alrededores de la siempre complicada Av. Simón Bolívar en Quito. Si verle desde la planicie, fue impresionante, las imágenes aéreas eran espeluznantes, y parecían sacadas de una de esas producciones cinematográficas de Irwin Allen o Guido Malatesta del “incendio de Roma”, evidenciadas en la razón de fondo de que fuerzas extrañas iniciaron las quemas para destruir todo lo que encuentren a su paso, incluida la vida, en todas sus expresiones.
En medio de la desgracia, se evidenció la solidaridad de las comunidades, el trabajo en equipo de los vecinos con los típicos baldes con agua, mangueras, mantas y demás, pretendiendo impedir que las llamas lleguen a las edificaciones y no haya rebrotes, pues varias investigaciones formales confirmaron que los incendios fueron provocados. La geografía de los alrededores de Quito quedará marcada por las pérdidas de los bosques, el desaparecido verdor de sus campos, y las pequeñas dispersiones de ciudadanos para buscar en donde asentarse.
Pirómanos con desórdenes muy graves de control de los impulsos, los hay. El fuego simboliza energía, pasión, dinamismo, calor, afecto, pero también un odio compulsivo, destrucción y hasta locura. Ese desequilibrio que les causa placer es una respuesta a la elevada tensión que siente el organismo por los inmensos trastornos de ansiedad, uso de sustancias, y fanatismo de pretender hacer daño, a un actor civil o sociedad, a las cuales detestan.
Las inefables redes sociales encontraron culpables en las rivalidades políticas, y hasta dieron nombres de pirómanos que iniciaron los incendios, vinculándoles con fotos a autoridades, políticos o candidatos para las próximas elecciones, lo cual sería descabellado pensar, en principio, que fue así. Deberá investigarse a fondo para encontrar cuáles fueron las causas reales de estos atentados, justo en estos momentos en que vivimos la sequía más grande de los últimos 70 años.
Cuestionable la activación de trolles e información del equipo de comunicación del alcalde de Quito a una hora predeterminada, con el hashtag #QuitoTieneAlcalde, pues no es solamente una aparición simbólica de mal gusto, sino inaceptable. ¿Debe servir una tragedia como el dantesco flagelo de Quito, para promover imagen y generar réditos en una campaña política? A parte, de la obligación de estar al frente de la ciudad trabajando para terminar con la catástrofe provocada intencionalmente, los políticos esconden a los verdaderos héroes del trabajo: bomberos, auxiliares de enfermería, brigadistas, y sobre todo los propios vecinos con sus limitados medios para encarar al devastador fuego. Algunos dirán que la muy venida a menos imagen del alcalde Pabel Muñoz se elevó por su participación en esta emergencia; pero, la gente ya no se impresiona con las acciones de último momento, porque recuerda el abandono permanente de la ciudad. (O)