Cafés y cafeterías

Edgar Pesántez Torres

De un tiempo a esta parte los servicios de cafeterías han proliferado en la ciudad, negocio que simplemente da para vivir, dice la dueña de una de éstas a la que asisto con frecuencia. A diferencia de la multiplicación de farmacias, concesionarias de automóviles, constructoras inmobiliarias, cooperativas financieras… que mueven ingentes cantidades de dinero obtenidas del narcotráfico u otras de origen delictivo para ingresar al sistema económico financiero legal, estos pequeños negocios no son más que simples emprendimientos.       

Pero como de estas actividades comerciales participan los interventores, las ofertas siguen “bombo en fiesta”. En una de estas cafeterías en donde se expresan ideas, sentimientos y necesidades de manera clara y respetuosas, los conocedores de la economía y las empresas ratificaban que muchos Estados están al corriente de la ilegalidad de estos negocios y que permiten los movimientos para dinamizar sus recursos, tal el caso de Colombia, Brasil, Venezuela, Perú, Bolivia y ahora el Ecuador, con la vista gorda de la primera potencia mundial en riqueza y consumo de droga, los EE. UU.

Pero bien, vamos a lo que vinimos:

Se dice que el café fue descubierto por casualidad en Etiopía en 850 por el pastor alemán Kaldi, quien descubrió que sus cabras no lograban conciliar el sueño cuando mordisqueaban los frutos del café en el día. Cierto morabito o santurrón que había escuchado esto, como tenía problemas de mantenerse despierto para dedicarse a sus rezos y mortificaciones utilizó el café en infusiones, comprobando sus virtudes tónicas y excitantes.  Así, esta sustancia se sigue administrando como remedio y una opción para no dormir; pues, nosotros mismo lo utilizábamos, a veces también la ritalina (metilfenidato: psicoestimulante), para amanecer estudiando esos espantosos tomos de Anatomía Humana de Rouviere.

Otra curiosidad es que la primera cafetería asomó en Londres en 1650 y los primeros en hacer negocios fueron dos armenios que abrieron sendas cafeterías en las calles Saint Germain y de Bussy.  Rápidamente se popularizó en Marsella, lugar en donde nació el carajillo: combinación de café con ron, bebida que gustaba mucho a mi inolvidable amigo, preclaro maestro y gran poeta de ascendencia, Claudio Cordero Espinosa, quien, bondadosamente me invitaba a beber en su inspirador ático. 

Desde entonces concurro a diferentes cafeterías, particularmente a una sencilla escondida en una avenida del sur de la ciudad, curiosamente sitio donde rehúyen los mismos que sortean pagar costes en cafeterías aristocráticas que, de vivir José Antonio Campos, bien lo incluiría en su libro Cosas de mi tierra. (O)

DZM

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.

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