Desde la antigüedad, el ser humano modificó su ambiente de manera que respondiera mejor a sus necesidades, pero no con la intensidad, voracidad y codicia, con la que lo hace hoy, lo que ha deteriorado el ambiente natural, superponiéndole uno artificial.
Mediante el empleo masivo de la ciencia y la tecnología, el hombre ha llegado a desarrollar una capacidad de causar desastres mayores que los de la naturaleza. Parece incuestionable que el poder que adquirió el hombre sobre su medio ambiente, ha alcanzado un grado, en el que podría determinar su propia destrucción, si éste continúa empleándolo al servicio de su codicia.
La naturaleza humana es codiciosa, porque este tipo de avidez es característico de su vida; el hombre comparte este rasgo con otras especies no humanas. Sin embargo a diferencia de ellas, el ser humano, gracias a su consciencia, puede darse cuenta de su codicia; puede saber que su vida misma, basada únicamente en el poder para dominar a la naturaleza, es destructiva para sí mismo.
Las acciones necesarias para anular las consecuencias perniciosas del poder humano, deben ser acciones de orden ético, y no sólo legales. Los políticos, las autoridades nombradas para velar por el bien común, los directores de industrias, etc; deben afrontar la responsabilidad de los desastres provocados por el hombre.
La creencia de que el progreso científico y el desarrollo material, podrán fin a las calamidades provocadas por la contaminación ambiental y la acción humana; es solo un modo de distraer la atención, y apartarla de la necesidad de una REVOLUCIÓN EN LA ÉTICA HUMANA.
La confianza únicamente en la ciencia y en el desarrollo tecnológico, podría provocar desastres mayores que todos cuantos hemos conocido hasta ahora, porque daría lugar a que el hombre permanezca ciego, a la necesidad de llevar UNA REVOLUCIÓN INTERNA.
No niego las realizaciones de la civilización moderna, ni la utilidad de la ciencia para impedir en cierta medida los desastres naturales, pero insisto en que los mismos hechos que hicieron posible impedirlos, a menudo produjeron desastres provocados por el hombre.
En los últimos años se han producido desastres naturales de grandes proporciones y con alarmante frecuencia. Ante estas tragedias inusitadas, no puedo dejar de preguntarme: ¿en qué medida, la acción del hombre ha trastornado el orden natural?
Para que la existencia del ser humano continúe, el hombre debe comprender que su conducta influye en la armonía de la naturaleza, y por eso debe regular rigurosamente toda acción que pudiera tener efectos adversos. (O)